PROGRAMAS RADIALES - 22 de Enero 2005

 

 

El conocimiento y los dioses

 

Amigos de Luz Más Luz que hoy nos acompañan, y a todos los que lo hacen por primera vez: las leyendas sobre el origen del hombre, reflejando la impotencia ante el avasallador poder de lo desconocido, son tan numerosas y variadas como civilizaciones han existido y existen.

Por ejemplo, en el Popol Vuh, libro de la comunidad o del consejo de los maya-quiché, civilización indoamericana surgida, cuando menos 1,500 a. de n. e., y que ocupaba la península de Yucatán en México y lo que hoy es Guatelmala, libro éste, el Popol Vuh, que es un compendio de las tesis que proponían los maya-quiché para explicar la vida, el mundo, el origen del hombre y, además, de sus experiencias de cómo transformaban ese mundo estos seres humanos.

La explicación que allí se da sobre el origen del hombre plantea, lo mismo que todas las explicaciones mitológicas que sobre el origen del hombre se conocen: el miedo de los dioses, o del dios, a que el hombre adquiera conocimientos, lo sepa todo (en nuestro tiempo diríamos, que conozca las leyes que rigen el mundo y la sociedad), porque los dioses consideran, al parecer, que el conocimiento iguala a los hombres con los dioses, que el conocimiento convierte al hombre en un gigante que puede transformar el mundo según le convenga, y ciertamente ha sido así: el hombre de hoy mueve montañas, cambia el curso de los ríos, riega los desiertos, cura enfermedades, modifica a los animales y a sí mismo, saca un órgano de un ser y se lo coloca a otro ser y hasta se ha lanzado a conquistar la luna desde el planeta que habita, es decir puede hacer todo lo extraordinario que se le atribuye a dios o a los dioses.

Escuchen lo que dice el Popol Vuh al respecto, es decir, sobre los primeros hombres y el conocimiento y la opinión de su creador o dios al respecto: dice el Popol Vuh, “los primeros hombres creados y formados se llamaron el brujo de la risa fatal, el brujo de la noche, el descuidado y el brujo negro… estaban dotados de inteligencia y consiguieron saber todo lo que hay en el mundo. Cuando miraban, veían al instante todo lo que estaba a su alrededor, y contemplaban sucesivamente el arco del cielo y el rostro redondo de la tierra…entonces el creador dijo: lo saben ya todo… ¿Qué vamos hacer con ellos? Que su vista alcance sólo a lo que está cerca de ellos, que sólo puedan ver una pequeña parte del rostro de la tierra. ¿No son por su naturaleza simples criaturas producto de nuestras manos? ¿Tienen que ser también dioses?"

Estos dioses maya-quiché, tan celosos como todos los dioses, tan competitivos, como se diría ahora, con su propia creación, en su afán por el monopolio; aún así, parece que eran más tolerantes de lo que admitían que eran, pues observen que 1,500 años a. de n. e., en esa civilización se sabía y aceptaba que la tierra era redonda, mientras el dios cristiano había logrado, por lo menos durante 15 siglos, que los seres humanos, sobre los que ejercía su influencia hasta ese momento en la Europa medieval, sólo pudieran ver “una pequeña parte del rostro de la tierra” como recomienda el dios creador de los maya-quiché. Por eso, en la Europa medieval se consideró durante todo ese tiempo que la tierra no era redonda y que no se movía, y hasta se condenó como una herejía el sostener tal cosa, es decir la redondez de la tierra y su movilidad, ya que contradecía lo textualmente sostenido en el génesis o parte del libro sagrado cristiano llamado biblia, donde se plantean los  mitos sobre el origen del universo, su organización y de cómo surgió la vida aquí en la tierra, que sostienen los cristianos.

Por ejemplo, en pleno siglo XV, primero Nicolás Copérnico y Juan Kepler y luego Galileo Galilei, por explicar otra imagen del universo, acorde con los descubrimientos científicos y contraria a la sostenida por el cristianismo de acuerdo a su biblia, Copérnico, en 1616, fue condenado por la cristiana inquisición y sus escritos puestos en el índice de libros prohibidos; tres años después, fue censurada también la obra de Kepler y en 1632, al ser publicado por Galileo su libro donde expuso la idea de que la tierra se mueve, la inquisición intervino condenando todos sus escritos y él condenado al silencio para el resto de sus días, que, de haber faltado a ese silencio, hubiera sido irremisiblemente quemado en la hoguera de la santa inquisición cristiana.

 

Voltear la mitología griega y ponerla patas abajo

 

 Por su parte la mitología griega, de la cual el cristianismo ha copiado tanto, pero también, ha tergiversado tanto así como hecho desaparecer sus fuentes originales, da la versión de que la humanidad fue creada por una divinidad de los griegos, perteneciente a la raza de los Titanes, llamado Prometeo. Prometeo no era, como los demás titanes, protector de la fuerza bruta, sino que preconizaba siempre la fuerza de la razón, entendida la razón, como la influencia que ejerce la planificación y la conciencia en base al conocimiento, sobre las múltiples actividades humanas.

Dice esa leyenda, muy manipulada y mutilada por los cristianos, y basta conocerla para darse cuenta porqué, que cuando el padre de los dioses, Zeus, o Júpiter, como le llamaban los romanos, quiso acabar con la raza humana con un diluvio, Prometeo aconsejó a su hijo Deucalión, pues Prometeo creó a los hombres y les enseñó el uso del fuego y todo el conocimiento igualándolos a los dioses, que construyera un arca para salvarse con su esposa Pirra. Ahora comienzan ustedes a entender ¿verdad? Cualquier parecido con el cuento de Noe no es pura coincidencia, pues estamos hablando de una tradición de por los menos 10 siglos antes de la creación del cristianismo y unos 7 siglos antes de que Ezra, y no Moisés, ser mitológico que nunca ha existido como tampoco ha existido Zeus, escribiera el deuteronomio o viejo testamento de la biblia, que es común al judaísmo y al cristianismo, luego de ser liberado el pueblo judío del cautiverio en Babilonia por Ciro el Grande en el 539 a. de n. e..

Cuenta la tradición mitológica griega, que Prometeo robó el fuego sagrado, que los dioses habían quitado al hombre, y se lo devolvió a éstos y les enseñó a los humanos todos los conocimientos y las artes. Esto provocó la cólera de Zeus, que no admitía, como dios supremo, que los hombres fueran igualados a los dioses, lo que le valió a Prometeo ser castigado.

Zeus ordenó a Vulcano, dios del fuego y los metales y a Mercurio, el dios de los mercaderes, del comercio y de los ladrones, (¡Qué les parece! bien decía Marx que la mitología revela muchas verdades que no comprendemos en un primer momento porque están patas hacia arriba, sólo basta ponerla patas hacia abajo y conoceremos y comprenderemos el mundo antiguo), bien, a estos personajes, Mercurio y Vulcano, se les ordenó que ataran a Prometeo con cadenas de cobre en el Cáucaso, nombre que recibe la cordillera que se consideraba la frontera natural entre Europa y Asia, para que sus entrañas fueran devoradas durante el día por un águila, se regeneraran durante la noche, para al día siguiente ser devoradas de nuevo, que es a lo que se llama el suplicio de Prometeo.

Si ustedes se fijan, no hay que hacer mucho esfuerzo para darse cuenta de que, y no se trata de nada casual tampoco, Prometeo fue castigado por la misma razón que fueron castigadas las criaturas creadas por los dioses maya-quiché, y por la que fueron castigados Adán y Eva, padres de la humanidad según la mitología judeo-cristiana del génesis, expulsados del paraíso por comer del fruto del árbol del conocimiento, del árbol del bien y del mal, que los hizo tan poderosos como dios, por lo que éste, dios, temeroso, mandó a sus ángeles a que los sacaran de inmediato del paraíso, y los maldijo castigándolos con el trabajo, si, irónicamente, con el trabajo, con la actividad que ha desarrollado el cerebro del hombre y que lo puso a pensar, que le ha permitido adquirir el conocimiento.

Prometeo, por su parte, también fue expulsado del paraíso de los dioses griegos, el Olimpo, fue castigado por darle a su creación, la humanidad, el fuego y el conocimiento que, sin duda alguna, colocaba a la humanidad al mismo nivel que los dioses, porque el fuego ha sido un elemento esencial en la lucha por la supervivencia del hombre. Por ejemplo, el fuego permitió que el hombre pudiera comer carne y el consumo de carne ofreció al organismo, pero sobre todo al cerebro, en forma casi acabada, mucho más cantidad de nutrientes necesarios para su funcionamiento y desarrollo, con lo que su perfeccionamiento, el del cerebro, fue haciéndose mayor y más rápido de generación en generación, hasta alcanzar la capacidad de pensar, de razonar, lo que le ha permitido al hombre adquirir conocimientos, y, el conocimiento, aplicado a la lucha por la supervivencia, es lo que ha dotado al hombre del poder que el propio hombre, en un principio, al no estar en condiciones de dominar tanto poder, se inventó algo externo a él como fuente de ese poder, se inventó a los dioses.

Es ese poder que la humanidad ha ido conquistando con su trabajo, golpe a golpe, poder que le ha permitido hacer todo lo grandioso que ella misma, la humanidad, le ha atribuido a los dioses, poder que no es otra cosa que el conocimiento de las leyes que rigen la naturaleza y la sociedad y que la ha colocado en el umbral donde puede pasar, del reino de la necesidad, al reino de la libertad.

 O sea, que el cuento de Adán y Eva, el fruto prohibido y la expulsión del paraíso, es en parte una copia del mito del suplicio de Prometeo. Por tanto, tampoco es un mito original ni del judaísmo ni del cristianismo, sino una mezcla de mitos paganos de creencias politeístas. No se engañe, el cristianismo no es otra cosa que el sincretismo de las más diversas supersticiones y mitos paganos que le antecedieron.

Pero Prosigamos. Prometeo desata la ira del dios principal Zeus o Júpiter, por lo que es castigado con el suplicio horrendo que describimos. Sin embargo, Prometeo no se doblegó ante el suplicio y mucho menos se arrepintió de lo que había hecho, él, a quien se le atribuía el don de conocer el futuro, sabía que tarde o temprano la humanidad vencería a los dioses.

¿Quieren saber ustedes que argumentó Prometeo para justificar su hazaña? Pues a continuación les leeré la parte final del diálogo entre Prometeo y Mercurio y Vulcano, clavado ya el primero en el Cáucaso, donde Prometeo se defiende de los cargos que se le hacían y que motivaron su suplicio.

Van a disfrutarlo tanto como yo, porque, además de ameno, al darle vuelta a este mito y ponerlo patas abajo, se entiende que con él la civilización griega explicaba desde hace más de 27 siglos que los dioses llegaron al mundo porque la humanidad los trajo, el pensamiento los trajo, y terminaron, ciertamente, estas ideas dominando el pensamiento y a la humanidad. Vuelvo y les digo, de lo que se trata es de voltear la mitología y ponerla patas abajo.

 

Luciano de Samosata

 

Antes de leerles el discurso pronunciado por Prometeo en su defensa y justificación, debo decirles que este diálogo fue escrito por Luciano de Samosata, quien, por más que se encubra bajo un nombre típicamente latino, Luciano de Samosata es un escritor griego que se refugió en el escepticismo como concepción del mundo que, siendo contrario, el escepticismo, a la concepción religiosa cristiana, una y otra visión del mundo reflejaban, en el siglo II de nuestra era, cuando vivió Luciano, el tortuoso proceso de decadencia del esclavismo, sistema económico social que definitivamente sucumbió con la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 de n. e., siglo V. Siendo escéptico, se comprende que Luciano cultivara la sátira como estilo literario. Esto ha llevado a que se le compare con frecuencia con Voltaire.

Puede decirse, sin temor a exagerar, que Luciano, dado su profundo racionalismo, sentía repugnancia, tal era su antipatía y oposición, hacia la metafísica y hacia toda religión, y por eso se opone a la corriente dominante en el pensamiento de su tiempo: a la mística neoplatónica adoptada por el cristianismo.

“Todo lo que enturbia el pensamiento, decía, se traduce en actos ridículos o nocivos”, y disipar lo que llamaba las brumas metafísicas, le parecía la tarea más importante de la civilización. Para él, la religión es, aún entre los mejores, una exaltación desagradable, esperanzas vanas, creencias necias, mentira. Considera la irreligión (la falta de religión) como el verdadero signo de la cultura griega.

Luciano perdura, sobre todo, por sus dotes de escritor, que adquirió notable popularidad a partir de los días del Renacimiento; pero las vicisitudes de su fama no fueron pocas en su época, al colocarse de frente y decididamente en contra del cristianismo. No resulta extraño, por tanto, que, a pesar de su fama y popularidad, no se ha podido encontrar un solo papiro de Luciano. Ha sido una práctica constante de los cristianos hacer desaparecer las fuentes originales de donde copian o las que contienen todo lo que los adversa. Recuerden que solamente en la biblioteca de Alejandría fueron quemados, de un solo golpe, los más de 500 mil rollos de papiro que contenía la primera vez que fue quemada, sin contar los que fueron quemados en otras dos ocasiones, además de la primera, antes de hacerla desaparecer definitivamente. Y de las tres veces que fue quemada, hasta su desaparición definitiva, las dos primeras veces, en el año 272 de n. e. y en el año 391 de n. e., fueron los cristianos los autores responsables de la destrucción de esta forma portentosa de almacenamiento de la memoria de los conocimientos adquiridos por la humanidad. En la primera ocasión fue por orden del emperador romano Aureliano, y en la segunda ocasión fue por orden de Teodosio I, fanático defensor del dogmático cristianismo, por lo que persiguió a los arrianos y la práctica de la vieja religión pagana romana de forma violenta y criminal.

 

Diálogos de Luciano de Samosata

 

Prometeo o el Cáucaso

 

Prometeo, encadenado en el Cáucaso por órden de Júpiter, se defiende de los cargos que se le hacían y motivaron su suplicio, ante Mercurio y Vulcano, los ejecutores de la sentencia.

Dice Prometeo: “…..Se me acusa de que hice a los hombres, que para nada hacían falta, dicen los dioses, y que he robado el fuego de los dioses para dárselo a ellos.”

“Esto, -dice Prometeo dirigiéndose a Mercurio-, tiene una doble inculpación, y no sé yo por cual de ellas es por la que más me recriminas: me pregunto ¿no convenía en absoluto haber creado los hombres, y hubiera sido mejor dejarlos quietos, no siendo otra cosa que tierra sin elaborar, o, en cambio, convenía haberlos creado, pero dándoles otra forma y no las que yo les di? De ambos extremos voy a tratar. Pero antes procuraré demostrar: primeramente, que ningún perjuicio han tenido los dioses con que los hombres vengan a la vida; y después voy a demostrar que ha sido esto mucho más ventajoso y útil para ellos que si hubiera continuado la tierra yerma y desierta de hombres.”

“En otro tiempo, y así se verá más fácilmente si he faltado en algo al inventar e introducir la novedad de los hombres, existía sólo el linaje divino y celestial. La tierra era cosa inculta, informe, cubierta toda de bosques, y éstos salvajes: no había altares erigidos a los dioses, ni templos -¿Cómo había de haberlos?-, ni estatuas, ni imágenes, ni cosa ninguna de las que ahora se ven por todas partes veneradas con singular devoción.”

Antes de seguir la lectura, adviertan junto conmigo, que el mito de Prometeo da por descontado que el hombre se hizo hombre cuando el trabajo puso a pensar al hombre, antes de eso era una criatura salvaje más. Al dejar de ser salvaje es cuando erige templos, altares para rendir culto a los dioses, antes no. Entonces, si el hombre no pensara, ¿tampoco habría dioses que adorar?

Prosigamos. Continúa diciendo Prometeo: “yo, que siempre velo por el bien común, y que medito la manera de engrandecer el culto de los dioses y que todo crezca en ornato y hermosura, pensé que haría muy bien, si tomando un poco de barro, modelaba ciertos seres, dándoles formas semejantes a las nuestras: me parecía, en efecto, que le faltaba algo a la divinidad, no habiendo algún otro ser que le fuese como opuesto, y cuya comparación hiciese resaltar su mayor dicha: por eso hice al hombre mortal (Prometeo quiere decir que el hombre semejante a los dioses pero mortal, era el opuesto inferior a los dioses que son inmortales con quienes se podría, al compararlos, destacar la superioridad de éstos último, nota nuestra), si bien ingenioso, inteligente y capaz de percibir el bien”. Prometeo destaca que los dioses sólo podían resaltar su superioridad si eran comparados con una criatura hecha a su semejanza.

Los llamo a que noten que, de acuerdo a esta narración, el dios judío-cristiano no fue el primero que cogió barro para crear al hombre; la idea, al parecer, la copió de Prometeo, pues la civilización helena o griega se encontraba en pleno sistema esclavista cuando los judíos eran todavía tribus salvajes que apenas habían iniciado el tránsito del matriarcado al patriarcado.

Ahora bien: -continúa Prometeo su argumentación-, “mezclé tierra y agua, la amasé y formé a los hombres, llamando a Minerva para que me ayudara en la obra.” (Minerva es la diosa de la sabiduría y la razón. Prometeo está diciendo que le dio sabiduría y razón a su creación la humanidad, nota nuestra).

“Este, es mi gran crimen para con los dioses –dice Prometeo-. Ya vez que gran perjuicio: que he hecho con tierra unos vivientes, y le he dado movimiento a lo que antes no lo tenía. Parecería que desde entonces los dioses son menos dioses, porque haya sobre la Tierra unos seres mortales. Por eso se ha ofendido Júpiter, como si los dioses hubieran venido a menos desde el nacimiento de los hombres. A menos que teman que también éstos tramen una conspiración contra él, (contra Júpiter), y declaren la guerra a los dioses, como los gigantes.” Estas palabras de Prometeo, hoy, pueden considerarse una profecía, pues es, justamente, lo que ha sucedido, el hombre se ha convertido en un gigante, y ha desafiado, no sólo a Júpiter, sino al Olimpo con todos sus dioses.

“Es, sin embargo, notorio -prosigue Prometeo- que en nada habéis sido injuriados por mí, oh Mercurio, ni por mis hechuras; y si no, demuéstrame lo más mínimo en contrario, y sellaré mis labios sufriendo con resignación el rigor de vuestra justicia.”

“Que esto ha sido beneficioso para los dioses lo comprenderás si miras la Tierra no ya desierta y fea, sino hermoseada con ciudades, campos cultivados y plantas delicadas, el mar surcado por las naves, las islas habitadas, y por donde quiera altares, sacrificios, templos y festividades; “las calles están llenas de Júpiter, y las plazas de hombres”. Si esta adquisición la hubiera hecho para mí solo, me aprovecharía de ella para mi uso particular; pero llevándola a la comunidad, la establecí para todos vosotros. Es más, por todas partes se ven templos levantados a Júpiter, a Apolo, a Juno y a ti, Mercurio; pero ninguno a Prometeo. Ya ves como no atiendo tan sólo a mi conveniencia, haciendo traición y menoscabando la de los demás.”

“A mayor abundamiento, oh Mercurio, considera si, a tu parecer, un bien sin testigos, ya sea una propiedad o una obra de arte, que nadie ve y nadie alaba, puede ser igualmente dulce y agradable a aquel que lo posee. ¿Qué quiere decir esto?, se pregunta a sí mismo Prometeo, que si los hombres no hubieran sido creados, permanecería sin testigos la hermosura del Universo y disfrutaríamos de una riqueza que nadie admiraría, ni estimaríamos tampoco nosotros mismos, porque no tendríamos otra inferior con que compararla: no comprenderíamos cuánta es nuestra felicidad, si no viésemos a otros que carecen de ella: así como también se demuestra que una cosa es grande, si la medimos con otra pequeña. Vosotros, sin embargo, en vez de decretarme honores por este acto de buen régimen, me crucificáis en una roca, correspondiendo de este modo a mis designios.”

“Pero hay muchos malvados, dices, entre ellos (se refiere entre los humanos, nota nuestra): cometen adulterios, se hacen la guerra, se casan con sus hermanas y ponen asechanzas a sus padres. ¿Pues no hay también entre nosotros gran copia de estos vicios? ¿Y habría de culparse por esto a Urano y a la Tierra de habernos creado? Según el relato de Luciano Prometeo se hace estas interrogantes, pero nosotros por nuestra parte preguntamos a su vez: Si los dioses copiaron los vicios de los humanos, entonces, ¿fueron los humanos los que crearon a los dioses a su imagen y semejanza, atribuyéndole, de paso, todos sus vicios y virtudes?

Continuemos. -Dice Prometeo-: “Pero acaso digas que es mucho esfuerzo para nosotros los dioses tener que mirar por ellos. Si a esto vamos, quéjese también el pastor de tener rebaño, porque le es preciso cuidarlo: si esto le es trabajoso, también por otro lado le es útil, y esta ocupación le proporciona una manera de vivir que no es desagradable. ¿Qué haríamos, pues, nosotros, si no tuviésemos por quien velar? Viviríamos en la ociosidad, bebiendo néctar y llenándonos de ambrosía, sin ningún otro quehacer.”

“Y lo que más me irrita es que, -enfatiza Prometeo- censurándome el haber hecho a los hombres y, sobre todo, a las mujeres, las amáis no obstante, bajáis sin cesar a la Tierra, convertidos en toros, en sátiros y en cisnes, y no os desdeñáis de tener dioses de ellas. Podías, me dirás acaso, haber formado los hombres, de otra manera y no semejantes a nosotros. ¿Y que otro modelo mejor que este me había de proponer cuando lo considero enteramente hermoso? ¿Debería haber formado un animal privado de razón, fiero y salvaje? ¿Cómo harían sacrificios a los dioses y os tributarían tantos otros homenajes, si no fueran como son? Con todo, cuando os ofrecen hecatombes no tardáis en presentaros, aun teniendo que atravesar el océano ante "los valientes etíopes", y a mí, que os he proporcionado estos honores y estos sacrificios me crucificáis en esta roca.

Sea esto bastante respecto de los hombres. Y paso ya, si 1o llevas a bien a hablar del fuego y de ese tan reprobado hurto. Respóndeme, por los dioses, a esto sin tardar: ¿hemos perdido nosotros algo del fuego desde que lo tienen los hombres? No podrás decirlo: tal es, a mi juicio, la naturaleza de esta posesión que no decrece porque otro tome parte de él: el fuego no se extingue porque con él se encienda otro fuego. Es, pues, envidia manifiesta eso de prohibir a los que lo necesitan que participen de un bien con el cual vosotros no salís perjudicados: siendo, como sois, dioses, es preciso que seáis buenos, dispensadores de beneficios y ajenos a la envidia. Aunque os hubiese robado todo el fuego para bajarlo a la Tierra, sin dejaros absolutamente nada, no os hubiera perjudicado gran cosa, porque para nada os hace falta, no teniendo que freír ni que cocer ambrosía ni necesitando de luz artificial. Los hombres, por el contrario, usan por necesidad el fuego para todo, y principalmente para los sacrificios, para perfumar las calles con el olor de la grasa, para quemar el incienso y para asar las piernas de las víctimas sobre los altares. Por cierto que me doy cuenta, cuanto os deleita ese vapor, y cómo tenéis por un manjar exquisito el aroma que remonta hasta el Cielo, "girando entre columnas de humo".  La censura está, por tanto, en abierta oposición con vuestros apetitos. Y me admira que no hayáis prohibido también al Sol que los alumbre; pues, su fuego es mucho más divino y más flagrante: ¿O le acusáis también como si dilapidase vuestras propias pertenencias? He dicho. Vosotros, Mercurio y Vulcano, si en algo os parece que no he hablado bien, corregidme y objetadme, que yo volveré en defensa de mi causa.”

Responde Mercurio.- “No es fácil, Prometeo, contender con tan poderoso sofista. Mas, congratúlate de que Júpiter no haya oído tu discurso, porque estoy seguro de que manda contra ti dieciséis buitres que te saquen los intestinos; con tal rigor le has atacado, a pretexto de defenderte. Y lo que me maravilla es que, siendo adivino, no previeses que ibas a sufrir este castigo.

Prometeo le contesta a Mercurio: “Lo sabia, Mercurio, como se también que he de recobrar la libertad: ya vendrá pronto de Tebas un amigo tuyo que matará de un flechazo a esa águila que dices.” Es decir, Prometeo profetiza que la humanidad tarde o temprano conquistará el reino de la libertad.

¿Qué les parece? Espero que les haya gustado.


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