PROGRAMAS RADIALES - 19 de Marzo 2005

 

El incendio de la cárcel de Higüey y el Vicariato Castrense

 

Amigos de “Luz Más Luz” que hoy nos acompañan y a todos los que lo hacen por primera vez:

Nada mejor para que ustedes se puedan formar una idea, lo más exactamente aproximada de por qué fue instituido y las consecuencias operativas, las consecuencias prácticas, que se derivan de haberse establecido el llamado Vicariato Castrense, institución creada junto al Patronato Nacional San Rafael como parte de la puesta en vigencia del Concordato o acuerdo firmado entre la Santa Sede católica que representa al estado Vaticano y el dictador Trujillo en el 1954, que es un acta colonial, este Concordato, que anexa al país al imperio clerical vaticanista y modifica el Estado dominicano en su carácter social, tornándolo de laico en teocrático clerical.

Este Vicariato Castrense, según el primer articulado de su constitución, tiene como fundamento la asistencia espiritual de las Fuerzas Armadas de tierra, mar y aire dominicanas y se rige, este Vicariato, no por la Constitución de la nación dominicana, sino por el decreto de Erección Eclesiástica emanado, a su vez, de la Sagrada Congregación Consistorial, es decir, que por este medio se imponen los dogmas, supersticiones y concepciones mágico-religiosas de una sectaria creencia religiosa, a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional, en este caso de la secta cristiana católica, lo que equivale a imponer estos dogmas y supersticiones al Estado dominicano, porque las Fuerzas Armadas junto a la Policía Nacional conforman las instituciones coercitivas de más importancia con las que cuenta el  Estado, de ahí el cambio de su condición de laico a teocrático, pero, a la vez, como esta imposición se hace con la mediación de un acuerdo firmado con otro Estado, el Estado vaticanista, la misma es una lesión flagrante de la soberanía nacional, colocando el Estado dominicano al servicio del Estado vaticano.

Pues bien, nada mejor para formarnos una idea lo más exacta posible de lo que es el Vicariato Castrense, repetimos, que refrescar algunas de las prácticas del cristianismo y de la secta católica en particular, que conforman la llamada asistencia espiritual que esta secta cristiana católica ha venido impartiendo desde hace varios siglos, como orientación, desde que el cristianismo dejó de ser una secta desacreditada y pasó a ser un brazo ideológico de primer orden al servicio de las clases explotadoras, como lo fue para los esclavistas de la antigüedad, para los feudales y reyes en la Edad Media y para los capitalistas, tanto en la edad moderna, como ahora, en la contemporánea, en la que el capitalismo se caracteriza por el predominio de los consorcios y monopolios capitalistas.

La tragedia del incendio provocado en la cárcel de Higüey, que como ustedes recordarán, en ella murieron más de 140 presos, entre ellos dos que eran de los testigos principales del caso de violaciones masivas, perversión y prostitución de niños y niñas, que durante varios años fueron practicadas en un albergue que, por obra y gracia del Patronato Nacional San Rafael, está bajo la administración y dirección de la iglesia cristiana católica, por lo que el obispo de la diócesis de Higüey, en ese entonces, Ramón Benito de la Rosa Carpio, es responsable directo de tal escándalo criminal, es un buen punto de partida, pues oficialmente, incluso, se vincula la misma con negligencia por parte de la Policía Nacional, institución encargada de esa cárcel, como de casi todas las cárceles del país, y a la vez, asistida espiritualmente esta institución de la Policía Nacional, por la iglesia cristiana católica mediante sus capellanes, acorde al Vicariato Castrense.

Partiendo de este caso, refresquemos dos cosas que en él sobresalen: por un lado, el carácter incendiario y de piromaniacos fanatizados de los cristianos, católicos o evangélicos; y, por el otro, el pragmatismo, concepción que toma como único criterio válido para juzgar la verdad de toda doctrina sea científica, moral o religiosa, la conveniencia particular, es decir, la concepción que sustentan los cristianos todos, católicos y evangélicos, sobre la coerción que ejerce el Estado a favor de los que lo detentan de manera privilegiada.

Estamos seguros que al final ustedes podrán darse cuenta, que en lo que al Vicariato Castrense respecta y su vigencia, hasta que no sea definitivamente anulado junto con el Concordato y el Patronato Nacional San Rafael, este país no podrá encaminarse por los senderos de una real democratización, modernización e institucionalización del Estado, como sostenemos los que demandamos su inmediata eliminación.

 

Los cristianos incendiaron a Roma

 

Todavía muchas personas, incluso que se dicen ser instruidas y hasta ocupan la dirección de periódicos, como sucede aquí en este país, creen, y digo creen, porque se trata de una leyenda creada por los cristianos que se da por cierta, pero que no se puede ser comprobar ni demostrar, que el incendio de la ciudad de Roma en el año 64 de nuestra era fue obra de Nerón, césar o emperador en ese momento del imperio esclavista de la antigüedad, conocido como el Imperio Romano.

Pero si no fue Nerón, como siempre se nos ha dicho, ustedes se preguntarán ¿quién o quiénes, entonces, incendiaron a Roma y por qué todavía esa leyenda, de que Nerón incendió Roma, incluso se enseña en las escuelas, no como una leyenda, sino como un hecho real?

Pues bien, de acuerdo a la exégesis histórica, que es la explicación e interpretación de los hechos consignados como históricos a partir de las evidencias concretas y reales, y, especialmente, cuando se habla de exégesis histórica es cuando se trata de los relatos consignados en los libros llamados por los cristianos sagradas escrituras que conforman entre otros tantos su biblia, confrontados con los datos y evidencias históricos, el incendio de Roma fue parte de la conspiración de Pisón y de Séneca contra Nerón, y fueron, nada más y nada menos, que los cristianos de Roma quienes provocaron este incendio y divulgaron el “rumor” de que fue Nerón el autor, como parte de dicha conspiración.

A esta conclusión se ha llegado gracias a que, aunque los monjes copitas cristianos que se dedicaron todo el tiempo, y aún sus sucesores modernos lo siguen haciendo, aunque estos últimos no solo lo hacen con los textos de historiadores, filósofos, etc., sino que manipulan todo lo que acontece en el presente como lo vemos a diario en la prensa comercial, sea escrita, radial o televisada, en el caso de la historia del incendio de Roma, así lo hicieron con la obra del historiador romano Tácito, pero no se les ocurrió que el mismo detalle, dicho de otra forma, se podría encontrar en la obra de Suetonio, otro historiador romano muy conocido por su obra sobre la vida de los doce primeros césares del Imperio Romano, quizás porque eran muy prolíferos los datos y detalles que Suetonio aporta.

Así, modificaron a Tácito, poniéndolo a decir que Nerón estaba en Antium, su ciudad natal, cuando ocurrió el fuego, pero no repararon en borrar, o no pudieron cambiar o hacer desaparecer los datos y detalles que Suetonio ofrece sobre la participación de Nerón en los Juegos de Olimpia, en Grecia, cuando ocurrió el incendio, y ha de saberse, que se necesitaba unas 12 semanas por tierra o por mar para ir de Grecia a Roma en esa época.

¿Por qué los cristianos de Roma participaron en la conspiración de Séneca y Pisón e incendian a Roma?

Pues, nada más y nada menos, porque Saulo-Pablo, que formaba parte del Kahal o clan mesianista de Antioquia, junto a su hermano de leche Menahem, jefe de una nueva revolución contra los romanos en ese año 64 y para la fecha del incendio de la ciudad de Roma. (Ver sobre los vínculos de Saulo-Pablo con Menahem en los Hechos 13:1 en la biblia cristiana).

Saulo-Pablo era amigo de Séneca, quien a su vez era amigo de los conspiradores anti-neronianos como Pisón y miembro, además, del complot de este Pisón, un plebeyo que terminó suicidándose por orden del emperador Nerón al fracasar la conspiración que en su contra organizó y de la que, secretamente, Séneca se quedó como el sucesor jefe.

Saulo-Pablo, ciudadano romano, contaba con afiliados, a los que llamaba cristianos, a su doctrina y a su secta entre los servidores del palacio imperial de Nerón en Roma, los llamados “los de la casa de César”, como se puede leer en el saludo inicial de la epístola a los Filipenses, (4, 22), de modo que, el atentado contra la ciudad, quemándola, para los mesianistas cristianos se convertía en un respaldo a la insurrección de Menahem en Judea y el cumplimiento de la profecía contenida en el Apocalipsis. El incendio fue, a su vez, aprovechado en su favor por los conspiradores contra Nerón, quienes pusieron a “los de la casa de César”, es decir a los cristianos, con la protección de Séneca, hombre fuerte en la casa de César porque era el preceptor o profesor de Nerón y uno de los jefes de la conspiración, a divulgar el “rumor” de que había sido Nerón el incendiario de Roma, cuando en realidad lo habían sido ellos mismos, los cristianos.

Se quiera o no aceptar la participación de Pablo de Tarso en esta conspiración, lo que es evidente es que las amenazas de los cristianos de incendiar Roma, no sólo son reiterativas en el Apocalipsis, sino en muchos otros documentos, apócrifos o no, que no están incluido en el canon o catálogo de la biblia.

Renán, filólogo e historiador francés, cristiano, que es el quien se dedica a estudiar por medios científicos las culturas antiguas, tal como se manifiestan en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos, quien escribiera una vida de Jesús, pretendiendo justificar la existencia de un Jesús histórico y que rechaza con indignación la hipótesis en su tiempo, pero posteriormente demostrada, de que los cristianos incendiaron a Roma, dice en uno de sus libros:

“Quiza los discursos de los cristianos sobre la gran conflagración final, sus siniestras profecías, su afición por repetir que el mundo acabaría pronto, y acabaría con fuego, contribuyeron a hacer que se les tomara por incendiarios. Ni siquiera puedo dejar de admitir que varios fieles hubieran cometido imprudencias, y que por ello se dispusiera de pretextos, estas imprudencias, para acusarlos de haber querido, al preludiar las llamas celestiales, justificar a todo precio sus oráculos de incendio a Roma”. Y afirma que ellos, es decir los cristianos, “no prendieron el fuego, pero seguramente que se alegraron, dado que anunciaban sin cesar y deseaban la destrucción de la sociedad romana.”

 

“Incendiarios del deseo”

 

Eran, en efecto, los cristianos, incendiarios en potencia. El propio Renán los califica como «incendiarios del deseo». ¿De qué deseo?, nosotros diríamos, mas bien, que obsesionados por el incendio. Y ya veremos porqué.

Tomemos el Nuevo Testamento:

«Todo árbol que no de buen fruto será cortado y arrojado al fuego...» (Mateo, 3,10)

«¡Apartaos de mi, malditos! ¡Al fuego eterno!, preparado para el diablo y sus ángeles...» (Mateo, 25,41)

«Quiero recordaros [...] como Sodoma y Gomorra se entregaron a la impudicia y a los vicios contra natura, les fueron puestas para escarmiento sufriendo la pena del fuego eterno.” (Epístola de San Judas,  7)

«¡Porque todos han de ser salados al fuego!...”, (Marcos, 9, 49)

“Yo he venido a echar fuego en la tierra, y que puedo desear sino que se encienda? ...”, (Lucas, 12, 49)

«Su obra quedará de manifiesto, pues en su día el fuego lo revelara...» (Pablo, Epístola a los Corintios I, 3, 13)

«Si una tierra produce espinas y abrojos, es reprobada y está próxima a ser maldita,…y su fin será el fuego...” (Pablo, Epístola a los Hebreos, 6, 8)

«Mientras que los cielos y la tierra actuales están reservados por la misma palabra para el fuego, para el día del juicio y para la perdición de los hombres impíos...» (Pedro, Epístola II, 3, 7)

« Tomó el ángel el incensario, lo lleno del fuego del altar y lo arrojo sobre la tierra. Y hubo truenos, clamores, relámpagos y temblores...” (Apocalipsis, 8, 5)

«Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque, que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte...» (Apocalipsis, 21, 8).

 

 Ese fuego y ese azufre, que hace todavía más dolorosa la quemadura del primero, a través de esta muestra sacada de las escrituras y que apenas representa una ínfima parte de todo lo que estas escrituras contienen sobre el fuego purificador, dan a entender que el fuego es una obsesión en el psiquismo de los cristianos.

Ellos sueñan con el fuego, lo desean, esto se podría explicar, en un principio, por el aislamiento, inevitable en la sociedad de su época, que en que existían los cristianos, considerados como antisociales y desacreditados como tales. En torno al problema del fuego la psiquiatría moderna ha elucidado la psicología del incendiario. Ha demostrado el carácter sexual de sus tendencias. De hecho, la psiquiatría ha reconocido la frecuencia de los sueños de fuego en los delirios alcohólicos, a los cuales está estrechamente ligado el cristianismo desde sus primeros tiempos hasta la fecha de hoy. La psiquiatría también ha identificado como otras de las causas profundas que crean al pirómano, el rechazo sexual suscitado por un puritanismo fanático o por el celibato, así como cualquier otro traumatismo psíquico. Pero sobre esto podríamos hablar en otra ocasión.

 

Los cristianos: el uso del poder del Estado y el fuego

 

Agustín de Hipona, nacido en el año 354, el guía espiritual de la iglesia cristiana de occidente desde el final del siglo IV de nuestra era hasta hoy día. Que conste, guía espiritual, se trate de la secta cristiana católica como de las protestantes, sostenía: “Pero… ¿qué importa el tipo de muerte con el que finalice esta vida?  Nadie ha muerto, bien lo sé, que no hubiera tenido que morir alguna vez. ¿Qué se tiene contra la guerra, quizás que mueran seres humanos que alguna vez tenían que morir?”

La agresión, cada vez más violenta y cruel, de Agustín de Hipona, como se fue manifestando en su disputa con los donatistas, entendidos afirman que fue decisivamente condicionada por su prolongado ascetismo. Antes, según confesaba él mismo, había tenido notables necesidades vitales, y decía: “en la lascivia y en la prostitución he gastado mis fuerzas”, y hubo conjurado muy enérgicamente lo que llamaba «el hormigueo del deseo”. No obstante, vivió mucho tiempo en concubinato, después tomo como novia a una niña (le faltaban casi dos años para alcanzar la edad legal para poder casarse: que en las niñas era de doce años en esa época), sin duda alguna, en una práctica franca de la pedofilia, y, al mismo tiempo, tomo una nueva querida. Pero, para este clérigo, el placer sexual es monstruoso, diabólico, enfermedad, locura, podredumbre, pus nauseabundo, etcétera. Recordemos aquí, a propósito del caso de Agustín, que la obsesión por el fuego que impregna a los cristianos, católicos o protestantes, es una tara relacionada con el puritanismo fanático y el rechazo prolongado de lo sexual, que en la secta cristiana católica, con el celibato impuesto a sus clérigos, hombres y mujeres, ha sido la base de tantas aberraciones y perversiones de índole sexual entre los curas, monjas, obispos, diáconos, papas y clérigos en general, desde los de más baja jerarquía hasta los más encumbrados de esta iglesia cristiana.

Pero prosigamos. Según este guía espiritual, guía no sólo de los cristianos católicos sino también de los protestantes evangélicos, reiteramos, el soldado puede y debe matar sin cargo de conciencia alguno, en ciertos casos, incluso, en una guerra de agresión, como, por ejemplo, la guerra de agresión que hoy lleva a cabo Estados Unidos contra Irak, país invadido y masacrado por el imperialismo norteamericano, cuyo presidente, Jorge W. Bush, se autoproclama el adalid de una guerra santa cristiana deseada por dios en contra del eje del mal, formado, claro está, por los países agredidos o por invadir, porqué no se someten a los designios expoliadores de ese imperio capitalista. Quien participa en esas confrontaciones deseadas por dios, decía Agustín, «no peca contra el quinto mandamiento», el de no matar.

“Ningún soldado es un asesino si mata a seres humanos por orden del legítimo ostentador del poder, …antes bien, si no lo hace, es culpable de contravenir y menospreciar las ordenes». Estas mismas palabras han seguido siendo repetidas por los capellanes católicos hasta el día de hoy como parte de sus orientaciones espirituales a los cuerpos castrenses. Recuerden las palabra del capellán de la policía dominicana, Santana Marcano, quien le dice a los policías recién graduados en la academia de la Policía de Hatillo, San Cristóbal, “esa macana que ustedes portan, esa arma que ustedes tienen es para usarla, no vacilen en hacerlo porque eso es el cumplimiento del deber”, de las órdenes emanadas de los que detentan el poder.

Pero lo de Agustín no se detiene ahí: y agrega, “los valientes guerreros merecen todo el aprecio y son dignos de alabanza; su gloria es todavía más verdadera si en el cumplimiento de su deber se mantienen fieles hasta en los mínimos detalles”, mínimos detalles, como sería el que tomó en cuenta el Director General de Prisiones de la Policía dominicana, general de brigada Juan Ramón de la Cruz Martínez, quien, todavía humeante la cárcel de Higüey después de ser convertida en horno crematorio de unos 140 presos, sus primeras palabras fueron: “….pero, no se escapó ninguno”.

Para la época de Agustín, ya la iglesia cristiana católica tenía unos 100 años experimentando el uso del poder del Estado, a partir de que Constantino la hizo pasar de ser una secta desacreditada y hostigada a la situación privilegiada de la religión oficial del Estado, y Agustín nunca diferenció, en la práctica, las esferas religiosa y política, pasando a la historia este obispo de Hipona, como arquetipo o ejemplo por excelencia de crueldad y perfidia para todos los inquisidores ensangrentados de los tantos siglos que han pasado, como el precursor del horror de las relaciones de la iglesia cristiana y el Estado. Pues el ejemplo de Agustín, como dice el autor de la colección “Historia criminal del cristianismo”, permite al “brazo terreno”, como le llamaba al Estado Agustín, arrojar a millones de seres humanos incluso niños y ancianos, moribundos e inválidos a las celdas de tortura, a la noche de las cárceles, a las llamas de la hoguera, para pedir, luego, hipócritamente a ese mismo Estado que respetara sus vidas. Todos los esbirros y rufianes, príncipes y monjes, obispos y papas que en adelante cazarían, martirizarían y quemarían herejes podían apoyarse en Agustín, y de hecho lo hicieron, y lo hacen, como lo han hecho también los reformadores o protestantes.

Es lo mismo que se acaba de vivir en este país a propósito de la tragedia de Higüey: Mientras la iglesia cristiana católica  impone la consigna de “mano dura” contra la delincuencia barrial, a través de sus capellanes dentro de la Policía Nacional gracias a la vigencia del Vicariato Castrense; traducida esta “mano dura” en una aplicación de la pena de muerte, cuando en la República Dominicana no está instituida tal pena; “mano dura” proclamada directamente por el Vicario Castrense, el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, y que ha dejado la estela de más de 15,000 muertos, además de invalidados con tiros en las piernas por decenas de miles, al ser reactivados con tal consigna de “mano dura” los escuadrones de la muerte policiales desde 1998, con su sistema de fusilamiento de ciudadanos con  los famosos “intercambios de disparos”, esa misma iglesia celebra misas y pide que se respete la condición humana de quienes fueron victimas de la “mano dura” policial dentro de una cárcel dominicana de Higüey.

A los que nos digan que ese no es el Agustín que conocen, con mucho gusto le enviamos por correo electrónico o cualquier otro medio que prefieran, una detallada  y prolija bibliografía al respecto.

Y es con Agustín que queda formalmente oficializada la tortura en la práctica cristiana, y, el fuego, obsesión fanática de los primitivos cristianos, los siguió impregnando de la misma manera obsesiva, llegando, luego de Agustín, pero teniéndolo a éste como precursor, a ocupar una posición de primer orden al instaurarse la Inquisición con sus torturas y hogueras. El santo Agustín era de los que sostenía que mejor era quemarles la carne aquí en la Tierra para lograr, mediante la tortura, que se arrepintieran de su herejía, pues peor era dejarlos en lo que él consideraba su error, y al morir, entonces, se quemaran en el fuego eterno del infierno.

Apoyándose en Agustín, el monje Bernard Gui inquisidor, que vivió del año 1261 al 1331, declara lo siguiente: “la finalidad de la inquisición es la destrucción de la herejía. La herejía no puede ser destruida sin que los herejes lo sean también y eso no puede hacerse sino de dos maneras: mediante su conversión o mediante la incineración carnal.”

¿Qué les parece amigos oyentes?, ahora ustedes pueden entender mejor a qué nos referíamos en una entrega anterior cuando afirmábamos que la iglesia cristiana católica había comprometido, deliberadamente, a las Fuerzas Armadas dominicanas con la matanza de Palma Sola para sellar con sangre el pase del control absoluto de manos del dictador Trujillo a las de esta iglesia cristiana católica, y que, con el incendio de la cárcel de Higüey, la iglesia sella con fuego el compromiso de la Policía Nacional con la “mano dura” y con la impunidad de los corruptos y criminales, tanto desde las diferentes instancias gubernamentales, como del propio seno de la iglesia cristiana católica.

Ya comienzan ustedes a darse cuenta cómo se manifiesta en la práctica el Vicariato Castrense para el país y pueblo dominicano. Y eso que no hemos tocado lo atinente a la inversión monetaria que hace el Estado, desviando recursos que podrían ser destinados a la educación, la salud, la agricultura, etc. y que se gastan en el pago de los sueldos como militares de los curas cristianos católicos. Pero sobre todo eso y más hablaremos en una próxima ocasión.


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