PROGRAMAS RADIALES - 17 de Enero 2009

17-01-09 Luz+Luz

 

El Derecho positivo es el resultado de la confrontación por el predominio social entre los más aptos y los menos aptos

El derecho natural o divino no es más que una superchería para justificar el derecho como la voluntad de la clase dominante erigida en ley

 

Está sólida y coherentemente corroborado, por los hechos y sus consecuencias objetivas y palpables, que ninguna entidad histórico-social ha sido creada por la vía mitológica o por  la sacrosanta voluntad de algún dios o dioses.

Las sociedades humanas han sido el resultado de la derrota de los menos aptos y el triunfo de los más aptos, como sucede con todo lo que tiene vida en la Naturaleza, incluyéndonos a nosotros, por supuesto, que somos parte de esa Naturaleza. Es por eso, que todo lo que hacemos los humanos, que somos la expresión consciente de la Naturaleza en este planeta, no puede sustraerse de la esencia interna suya y que se revela a través de sus diversas propiedades e interacciones.

El hombre, como especie animal, se vio en la necesidad de agruparse para poder conseguir su alimento, enfrentar a sus depredadores, protegerse de las inclemencias del tiempo y otros fenómenos naturales, en fin, para poder sobrevivir en medio de esa confrontación entre los menos aptos y el triunfo de los más aptos. Es así como surgen las sociedades humanas.

A través de las sociedades humanas es que el hombre interactúa con la naturaleza para usar los objetos las sustancias y la energía que ella ofrece, y de esta manera sobrevivir en medio de esa confrontación entre los más aptos que imponen su triunfo a los menos aptos. De modo, que las sociedades humanas no pueden, en un principio, sustraerse de ser dominadas por esta confrontación.

Por eso, fue inevitable, en ese proceso de producir los bienes materiales necesarios para la sociedad humana en su conjunto, en la contienda por conocer y dominar las leyes de la Naturaleza, valerse de los instrumentos y medios de trabajo que iba creando, especialmente para obtener las sustancias y la energía que tiene la Naturaleza, indispensables para su subsistencia y no perder, como menos aptos, la carrera por la sobrevivencia.

La confrontación entre los menos aptos y el triunfo de los más aptos impone su sello, por tanto, en las relaciones entre los hombres para producir los bienes materiales necesarios para la sociedad humana. Y en el seno de esa comunidad primitiva humana, donde la propiedad de los instrumentos de trabajo, incluyendo la tierra, era colectiva, y la distribución de los productos igualitaria, en la medida en que el hombre avanza en su lucha por la sobrevivencia, nace como su consecuencia, la propiedad privada y, con la propiedad privada de los medios de producción dentro de las sociedades humanas, nacen las clases sociales y la inevitable lucha entre éstas: de un lado los explotadores y del otro los explotados.

De tal manera, que el Derecho, como sistema de normas, de reglas de conducta establecidas, que se estructura para regular las relaciones entre los hombres dentro de la sociedad, como tal, no existía en la comunidad primitiva, porque no había que imponer patrones, ya que lo que perjudicaba a uno perjudicaba a todos y lo que convenía a uno convenía a todos, como si la sociedad se tratase de un individuo único. Pero con el surgimiento de las clases, las normas ya no pueden ser las mismas para todos: lo que beneficia a los explotadores perjudica a los explotados. Y así, el Derecho pasa a ser la voluntad de la clase dominante elevada a la categoría de ley, una vez ha pactado ciertas concesiones a los explotados, pasando a representar la moral social.

De modo, que ha sido el hombre el que ha creado el Derecho, el Derecho no estaba en el mundo antes que el hombre como voluntad de un supuesto creador. El ser humano no se limitó a descubrirlo y aplicarlo, sino que fue, en realidad, el que inventó el Derecho.

Ahora bien, la concepción del derecho divino o natural no constituye en modo alguno un accidente histórico, sino que proviene del origen y de la función social del pensamiento religioso, función social del pensamiento religioso que tiene su origen en la incapacidad del hombre para comprender, durante un largo periodo de la historia, hasta que Marx y Engels, a mediados del siglo XIX, descubrieran la ciencia del materialismo histórico, el motivo real de la explotación de que es víctima y el modo de combatirla, proyectando las causas de su situación de oprimido, en medio de su ignorancia, a un mundo que iba más allá de sí mismo, al que le han llamado trascendente, como lo sería el mundo celestial y su contraparte el infierno, mundos, por lo tanto, exteriores al mundo real, superiores a él e inaccesibles.

Pero, al mismo tiempo, es función del pensamiento religioso santificar las formas de organización social basadas en la explotación de una clase por otra, confiriéndole a los explotadores la condición de autoridad impuesta por dios e imprimiéndole a los explotadores, además, el sello de lo ineluctable, es decir, que  contra ellos no se puede luchar y que, el que se opone a la autoridad, se rebela contra dios, como sustentan los cristianos por boca del producto sincrético al que llaman Pablo de Tarso a quien atribuyen la llamada carta a los romanos.

De tal manera, que el pensamiento religioso sólo puede proceder de la esfera ideológica de las clases explotadoras y está destinado a justificar la explotación a la que se dedican y entregan estas clases y, por consiguiente, justificar las bases económicas  y sociales en la que se produce tal explotación.

Por ejemplo, para avalar la validez de la explotación burguesa, esto es, del capitalismo, el pensamiento religioso presenta la forma de producción capitalista enclavada en las leyes eternas, naturales e independientes de la historia, todo lo cual es eso, una superchería religiosa, que la ciencia del materialismo histórico hace mucho que barrió.

Tampoco ha existido un derecho natural primero que nada en el mundo y eterno, que represente, en el curso de la historia de las sociedades humanas y de todas las vicisitudes por las que han atravesado, la linterna, el faro, que señala el camino, siempre sin cambiar, idéntico en lo esencial. Es decir, el Derecho no es el fundamento del orden social sino, por el contrario, una consecuencia de éste. El derecho no rige la organización de las relaciones económicas y sociales, sino a la inversa, surgen a posteriori de éstas, y más bien es la consagración de las mismas, en forma de medios jurídicos destinados a justificar y perpetuar la dominación de la clase económicamente más poderosa. El Derecho es, en pocas palabras, pero exactamente definido, la voluntad de la clase dominante erigida en ley.

El derecho cambia del mismo modo que cambian esas relaciones, el Derecho en la esclavitud antigua, no fue igual al derecho feudal, como ninguno de los dos son iguales al Derecho burgués.

El derecho natural o divino no existe, como no existe dios.

Pero, con ese invento, la Iglesia Católica vaticanista Apostólica y Romana, y las demás sectas cristianas, además de tratar de perpetuar la explotación y los explotadores como expresión de leyes divinas, eternas y que no cambian nunca, predica entre las masas populares que lo esencial no es la transitoria riqueza ni la felicidad terrenal, sino la felicidad eterna en el otro mundo. Aunque esta Iglesia, sin embargo, mientras tanto, organiza aquí, en la Tierra, su paraíso, haciendo exactamente lo que hipócritamente critica: buscar la riqueza, el bienestar, como fines propios de la existencia; la consecución de comodidades como meta material de la vida; y el desenfreno en la satisfacción de todo tipo de placeres sensuales. Eso no cabe la menor duda.


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