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El Trabajo: Signo distintivo entre el hombre y los demás animales
Mientras la gente ignore las leyes de la naturaleza y la sociedad, y
no pueda, por tanto, dirigir las fuerzas que rigen tanto a la
naturaleza como a la sociedad, la gente se sentirá esclava de la
naturaleza y de la sociedad, esclava de poderes ocultos e
invisibles. En cambio, en la medida en que conozca estas leyes de la
vida, el mundo y la sociedad, como lo ha venido haciendo desde que
la sociedad humana se separó definitivamente de aquellas manadas de
monos de donde procede, leyes que a la vez dirigen su propia
existencia, entonces, empezará a liberarse, a hacerse dueña de su
propio destino.
El hombre ha requerido millones de años de desarrollo y
contingencias hasta que en la sociedad se llegara a crear la
necesidad de conocer las causas que rigen lo hasta entonces
desconocido. Es muy probable que a muchos de ustedes les surja la
pregunta: ¿y qué es lo que encontramos como signo distintivo entre
el resto de los animales, o en particular de las manadas de monos de
donde procedemos, y la sociedad humana que ha ocasionado que el
hombre, que es el animal agrupado en lo que se llama sociedad
humana, en la lucha por satisfacer sus necesidades de supervivencia
haya culminado desembocando en el conocimiento, es decir, el proceso
mediante el cual logra entender y darse cuenta de que lo que hay en
su cerebro, que lo que piensa, conoce o sabe, no es más que el
reflejo, en su cerebro, de la realidad que le rodea, realidad que
existe independientemente de su propia voluntad o deseo, de que él
piense en ella o la quiera pensar o no, todo lo que se ha
transformado en un devenir ininterrumpido en el que se ensanchan y
amplían los horizontes y posibilidades de lograr dominar las leyes
ocultas que rigen la vida, el mundo y la sociedad, así como dicho
proceso de conocimiento, hasta lograr encausarlo todo según su
voluntad, y en tanto, los demás animales, no hayan podido elevarse
hasta ese nivel, esto es, que esté de hecho y definitivamente fuera
del alcance del resto de los animales llegar si quiera a comprender
o a pensar? Ese signo distintivo es el trabajo.
Primero el trabajo, luego y con él la palabra articulada, fueron los
dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro de
nuestros antepasados homínidos se fue transformando en cerebro
humano.
Gracias a la cooperación de la mano, de los órganos del lenguaje y
del cerebro, no sólo en cada individuo si no también en la sociedad,
los hombres fueron aprendiendo a ejecutar trabajos y operaciones
cada vez más complicados, a plantearse y a alcanzar objetivos cada
vez más elevados. El trabajo mismo se diversificaba y perfeccionaba
de generación en generación, extendiéndose cada vez a nuevas
actividades.
A
la caza y a la ganadería vino a sumarse la agricultura, y más tarde
el hilado y el tejido, el trabajo de los metales, la alfarería y la
navegación.
Al lado del comercio y de los oficios aparecieron, finalmente, las
artes y las ciencias, de las tribus salieron las naciones y los
estados. Se desarrollaron el derecho y la política y con ellos el
reflejo fantástico de las cosas humanas y no humanas en el cerebro
del hombre lo que daría origen a la capacidad de abstracción, del
pensamiento en abstracto, a la imaginación más allá de lo real, así
surgen, entre otras, las creencias filosóficas, religiosas,
artísticas, etc.
Frente a todas estas creaciones que parecían dominar las sociedades
humanas, y se manifestaban en primer término como si fueran
productos del cerebro del hombre, tanto más cuando en una fase
temprana del desarrollo de la sociedad (por ejemplo en la familia
primitiva) la cabeza que planeaba el trabajo era ya capaz de obligar
a manos ajenas a realizar el trabajo proyectado por ella, las
producciones fruto del trabajo de la mano, quedaron relegadas a un
segundo plano.
El rápido progreso de la civilización fue atribuido exclusivamente a
la cabeza, al desarrollo de la creatividad del cerebro. Los hombres
se acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos, en lugar
de buscar esta explicación de sus actos en sus necesidades,
reflejadas, naturalmente, en la cabeza del hombre que así cobra
conciencia de ellas. Fue así, como con el transcurso del tiempo
surgió esa concepción idealista del mundo que ha dominado el cerebro
de los hombres.
El trabajo, la fuente de toda riqueza y la fuerza motriz de la
evolución humana, asumió el mismo devaluado status de aquellos que
trabajaban para las clases gobernantes. Desde el surgimiento de la
propiedad privada, el conocimiento pasó a ser propiedad exclusiva
de aquellos que detentaban la propiedad de los medios de producción
y vivían del trabajo ajeno, por lo que las acciones del cerebro
aparecían como si tuvieran poder por sí mismas, despreciándose el
valor de las acciones producto de la mano, producto del trabajo. Se
hizo énfasis en el pensamiento como lo primario, lo dominante y, más
que nada, se hizo énfasis en que el pensamiento era más importante
que el trabajo por él supervisado.
Esta tradición idealista dominó la filosofía hasta los días de
Darwin. Esta mirada idealista sobre el mundo, escribió Engels
“Todavía los gobierna hasta tal punto que aún los más materialistas
de los científicos naturalistas de la escuela darwiniana son todavía
incapaces de formarse una clara idea del origen del hombre, porque
bajo esta influencia ideológica ellos no reconocen el papel que en
él le toca al trabajo...”
¿Se detuvo ya la evolución?
Esa concepción idealista de ver las cosas, es decir, la concepción
que plantea que primero es el pensamiento, la idea, el espíritu, y
que al final de cuentas siempre termina recurriendo a fuerzas
sobrenaturales para explicar los fenómenos, rechazando las
respuestas en base a los hechos y la experiencia, que son las
respuestas científicas, es la que frecuentemente se impone, aún se
acepte que la evolución es un hecho comprobado por evidencias
directas del registro fósil y del registro molecular que explica el
origen de la vida en este planeta, y del hombre en particular,
cuando se piensa erróneamente en la evolución como algo que sucedió
hace mucho tiempo y se detuvo, y no como algo que sucede y seguirá
sucediendo.
La realidad es que todos los animales, más aún, todos los seres
vivos, están evolucionando sin parar. No se notan los cambios en los
seres vivos más complejos porque ocurren en un individuo, y se
requiere un buen tiempo para que el cambio individual se propague en
la población hasta alcanzar una cantidad que abarque a toda o a casi
toda la población haciéndose, entonces, evidente la cualidad nueva.
Los cambios producidos por la evolución se producen en los
individuos, pero se aprecian, no en los individuos, sino en las
poblaciones.
Miles y miles de generaciones tienen que pasar para que se forme una
especie nueva que no se parezca a la anterior. Aunque, en los seres
menos complejos, como ciertos reptiles o bacterias, por citar dos de
los miles de seres vivos, las generaciones pasan rápidamente una
tras otras, por lo menos en relación al ritmo que tiene el paso de
la nuestra, por ejemplo, y podemos apreciar, entonces, estos
cambios, puede decirse en secuencia hasta evidenciarse
definitivamente la modificación, lo cual todavía sigue pareciéndonos
asombroso porque todavía los humanos no conocemos ni controlamos en
su totalidad, aunque no se puede negar que hemos alcanzado notables
progresos, las leyes que rigen el mundo, y por eso nos parece
sorprendente lo que es el día a día de la evolución de la vida en la
naturaleza terrestre.
De modo, que las series evolutivas no son exclusivas del registro
fósil. Muchas de éstas pueden ser observadas en nuestros días,
mostrándonos cómo la evolución continúa su trabajo.
Esto es lo que se puede constatar en la magistral serie evolutiva
actual de algunos escincos o lagartos terrestres del sur de Africa,
que se manifiestan, estos cambios evolutivos, específicamente en la
perdida de las extremidades de estos reptiles.
Es pertinente hacer la salvedad de que no deben confundirse los
lagartos con los cocodrilos y caimanes. El término “lagarto” en
biología, se refiere exclusivamente a miembros del grupo de los
Squamata, al que también pertenecen las serpientes. Los cocodrilos y
los caimanes no pertenecen a los Squamata si no a los Archosauria,
que es el mismo grupo de los dinosaurios y las aves.
Pues bien, Los escincos son un numeroso grupo de lagartos de
distribución cosmopolita. Son en general de tamaño reducido, con
unos pocos centímetros de longitud, algunos viven en ambientes
tropicales, otros en desiertos; algunos son arborícolas, otros viven
en el suelo y algunos son subterráneos. Es precisamente este último
hábitat el que ha “estimulado” la pérdida de miembros locomotores en
algunos escincos, pues éstos no son necesarios para desplazarse
dentro de un suelo blando o arenoso, tal como lo demuestran las
lombrices de tierra y muchos otros animales subterráneos.
La naturaleza ha mostrado que constituye una ventaja el deshacerse
de una estructura cuando ésta ya no es útil, y principalmente si
estorba, ventaja, que por pequeña que sea, aumenta las posibilidades
de ser seleccionado por la naturaleza para sobrevivir como especie.
Esta experiencia evolutiva es tan real como parte de nuestra propia
vida, que ha sido resumida en el refranero popular, que no es más
que la expresión de la experiencia práctica popular, en el conocido
axioma: órgano que no se usa, se atrofia, es decir pierde sus
facultades.
En un artículo publicado en la página de Internet llamada “Sin
Dioses”, con el título “Menos es más: cómo evolucionan los escincos
africanos”, escrito por Juan Carlos Cisneros, éste ofrece la
descripción de esa evolución tan nítidamente documentada en las
especies vivientes de escincos pertenecientes al género Scelotes.
En las especies vivientes de escincos pertenecientes al género
Scelotes se ve, gradualmente, el proceso de pérdida de sus
extremidades, hasta convertirse en reptiles ápodos, es decir, faltos
de pies. Las especies Scelotes capensis y S. mirus (Fig. 2A y B)
poseen dos pares de extremidades con cinco dedos cada una. Los
Scelotes limpopoensis limpopoensis, (Fig. 2C) poseen 3 dedos en los
miembros anteriores y 4 en los posteriores, mientras que los S.
caffer (Fig. 2D) posee apenas tres dedos en cada par de miembros,
mostrando ya una fuerte reducción en el tamaño de las extremidades
anteriores.
Figura 2. A, Scelotes capensis; B, S. caffer; C, S.
limpopoensis limpopoensis y D, S. mirus .
Figura 3. A, Scelotes sexlineatus; B, S. bipes; C, S.
kasneri y D, S.bidigitatus.
Figura 4. A, Scelotes mossambicus; B, S. gronovii y C,
S. bourquini.
Figura 5. A, Scelotes arenicolus (con sus crías); B,
S. anguineus y C, S. inornatus.
Figura 6. A, Chamaesaura; B, Sepsina y C,
Tetradactylus, otros escincos africanos en proceso de "serpentización".
Las especies Scelotes sexlineatus, S. bipes, S. kasneri y S.
bidigitatus (Fig. 3A-D) han perdido ya los miembros anteriores, y
sus miembros posteriores poseen sólo dos dedos. Las especies
Scelotes mossambicus y S. gronovii (Fig. 4A y B) han perdido también
las extremidades anteriores y poseen únicamente un dedo en las
posteriores, mientras que el S.bourquini posee apenas miembros
posteriores rudimentarios, sin dedos, difíciles de apreciar a simple
vista (no pueden ser vistos en la Figura 2D).
La pérdida total de las extremidades consta en las especies Scelotes
arenicolus, S. anguineus y S. inornatus (Fig. 5A-C).
Cabe aquí resaltar que, a pesar del parecido de los escincos sin
patas con las serpientes, los escincos o lagartos de las especies
del género Scelotes que han evolucionado hasta perder todas sus
extremidades no son verdaderas serpientes, pues no tienen parentesco
cercano con éstas. Se trata en verdad de lagartos ápodos, lagartos
que han "imitado" a las serpientes.
En el caso del género Scelotes, podemos apreciar detalladamente la
transformación que las especies de este género han experimentado,
pudiendo apreciar cada paso del proceso evolutivo en seres todos
vivos.
En el caso del género Scelotes, podemos también apreciar que el
proceso evolutivo de las especies no debe ser visto en línea recta,
sino en forma de ramificación. Es decir, no todas las especies de
escincos o lagartos aquí mencionadas descienden una de la otra en
una sola línea recta. Las relaciones entre éstas son como las ramas,
las hojas y el tronco de un árbol.
El ejemplo de los escincos aquí citado es apenas una de las muchas
series evolutivas existentes. De hecho, dentro de los mismos
escincos, la reducción de miembros puede ser apreciada en varios
otros géneros africanos, tales como Tetradactylus, Chamaesaura y
Sepsina (Fig. 6), así como también en escincos de otros continentes.
En realidad, todos los grupos de seres vivos actuales pueden
agruparse evolutivamente, por lo menos grosso modo. Pero, usted se
preguntará, ¿acaso las especies que dan origen a otras no deberían
desaparecer si dan origen a otra? ¿Qué hacen todas esas especies de
escincos viviendo al mismo tiempo? ¿No es esto extraño? No, no lo
es. Una especie puede vivir más, o mucho más, que otra a la cual dio
origen. Lo que determina la supervivencia de una especie no es su
edad, sino su adaptación al medio.
Finalmente, después de haber visto cómo algunos lagartos se están
quedando sin patas, puede ser interesante saber que algunas
serpientes aún las poseen. Este es el caso de las constrictoras,
grupo al cual pertenecen las serpientes más grandes del mundo, las
difamadas boas, pitones y anacondas. En éstas aún puede ser
apreciado un pequeño espolón (Fig. 7) o garra vestigial, presente
únicamente en los machos.
Éste órgano rudimentario es todo lo que queda de los fuertes
miembros locomotores de los reptiles, estructuras especializadas y
que tanto trabajo le costó a los primeros anfibios el desarrollar,
este espolón es un simbólico recordatorio de los lejanos antepasados
de las serpientes, los cuales caminaban junto a los dinosaurios y de
aquello de que en la evolución menos puede ser más y más puede ser
menos.
Figura 7. Espolón vestigial en la anaconda. *
Créditos de las imágenes:
Fig. 1: Yale Peabody Museum.
Figs. 4C, 6A: W. Haacke; Fig. 3D: National Parks Board; Fig. 6C: G.
Alexander; Fig. 2A: H. Berger-Dell'mour; Figs. 2B, 3A-C: A. de
Villiers;
Figs. 2C, D, 4A, B, 6A, B: B. Branch; tomadas de "A Field Guide to
Serpents and other Reptiles of Southern
Africa", Bill Branch, Struik Publishers.
Fig. 7: N. Cohen, tomada de "Los Reptiles", Archie Carr, Life
Nature Library.
Otro ejemplo de la evolución: La distribución de los genes de
células falciformes en las poblaciones humanas
Otro ejemplo bien conocido de evolución que se puede observar
directamente en el mundo de hoy es la evolución de la hemoglobina de
células falciformes.
La hemoglobina es una proteína de la sangre que se encuentra dentro
de los glóbulos rojos de ésta y que garantiza el transporte de
oxígeno a los pulmones, además de darle el color rojo característico
a la sangre. Los seres humanos tienen dos variantes del gen de
hemoglobina: estas variantes son: el llamado alelo A y el llamado
alelo F o alelo de "célula falciforme".
A
estas variantes del gen de la hemoglobina se les llama alelo A y
alelo F porque un alelo es toda versión diferente de un mismo gen.
Todos los humanos tienen dos alelos del gen de la hemoglobina, uno
heredado de la madre y otro heredado del padre. Así, que las
posibles combinación de los alelos A y F que podemos encontrar en
los genes de la hemoglobina humana son: AA, AF o FF.
Las personas que nacen con la combinación FF tienen los dos alelos
de su gen de la hemoglobina de célula falciforme". Estas personas
padecerán una enfermedad llamada anemia falciforme que puede ser
mortal.
Las poblaciones africanas y sus descendientes tienen una mayor
proporción de alelos de células falciformes que otras poblaciones, y
por lo tanto es importante evaluarlas y tratarlas. Esto es un asunto
importante de salud pública.
Pero, ¿Cuál podrá ser la razón de esa peculiaridad evolutiva que
hace que los africanos sean más susceptibles a la anemia falciforme?
¿Será que los africanos por naturaleza son "menos saludables" que
los europeos? ¿Será un castigo de dios? ¿O será que no son seres
humanos?
La evolución da una respuesta clara y simple: las personas que nacen
con la combinación AF, es decir, con un solo alelo de célula
falciforme, tienen una ventaja en las regiones del mundo, como lo
son grandes áreas de Africa, donde es común la malaria o paludismo
que es otra enfermedad muy seria también, transmitida por un
mosquito. La ventaja consiste en que ese alelo F o de célula
falciforme de la hemoglobina, protege de la malaria a la persona que
lo porta. Por esa razón el alelo F de célula falciforme se pudo
haber preservado en el curso de la historia de los seres humanos, en
vez de ser eliminado por selección natural.
En las partes del mundo donde abunda la malaria, los individuos que
nacen con una copia del alelo F de células falciformes tienen más
probabilidad de sobrevivir lo suficiente para tener hijos que los
que nacen sin ese alelo y que pueden morir de malaria. Los
sobrevivientes con un gen de célula falciforme se lo pasaron a sus
hijos, que se lo pasaron a sus hijos... y cada individuo que
heredaba un solo alelo de célula falciforme tenía una "ventaja
selectiva" para no morir de malaria. Tristemente, cierta cantidad de
personas de cada generación tendrían la mala suerte de recibir dos
copias de ese alelo F y padecerían de anemia falsiforme y
probablemente morirían sin hijos.
Si un dios fuera el causante de este sufrimiento y muerte, ¡sería
una infamia! ¿Por qué darle a la humanidad anemia o malaria? ¿Y por
qué un creador todopoderoso iba a recurrir a un mecanismo tan
enredado e imperfecto para proteger de la malaria? Con seguridad un
dios todopoderoso podría haber hecho algo mejor.
Por el contrario, la selección natural es un proceso natural
"ciego", sin juicios de valor, que sucede, podríamos decir,
automáticamente, sin intervención de ninguna conciencia externa ni
de la mano de un
"artífice inteligente" llámese dios o como se quiera llamar. La
evolución por selección natural no es intrínsecamente ni "buena" ni
"mala". Ocurre y punto.
Si lo único que hiciera el alelo de célula falciforme fuera causar
una enfermedad mortal, muy probablemente el proceso de selección
natural lo habría eliminado de las poblaciones humanas. La razón es,
que si los genes de célula falciforme no tuvieran ningún efecto
benéfico y sólo causaran enfermedad, los individuos sin alelos de
célula falciforme seguramente producirían más descendientes que los
individuos con tal alelo que morirían en su mayoría sin dejar
descendencia.
Pero como un solo alelo de célula falciforme (alelo F), en
combinación con un alelo diferente (alelo A), protege de la malaria,
y por lo tanto aumenta la probabilidad de vivir y de tener
descendientes sanos, la selección natural tenderá a "conservar" el
alelo de célula falciforme de generación en generación de las
poblaciones humanas que viven en zonas donde abunda la malaria, como
de hecho sucede. Eso sucederá aunque sea a expensa de un grupo de
individuos que heredarán dos alelos F en su gen de hemoglobina y
sufrirán de anemia falciforme.
Como hemos dicho, la selección natural no hace juicios de valor y no
favorece conscientemente a unos seres humanos por encima de otros:
es simplemente un proceso inconsciente de la naturaleza que
reorganiza las proporciones relativas de distintos alelos heredables
en una población de individuos variados, como simple subproducto y
nada más, de cuantos descendientes puedan aportar diferentes
individuos a la siguiente generación.
Es importante que pensemos en esto: si uno no entiende esto, si no
entiende cómo opera la evolución, podría pensar, por ejemplo, que
los negros son víctimas de un misterioso castigo ya que los
africanos y sus descendientes sufren más de anemia falciforme que,
por ejemplo, los europeos. O que son seres inferiores que tienen esa
debilidad. O que no son seres humanos, como postularon los
esclavistas del viejo colonialismo y sostienen hoy día los
fundamentalistas cristianos, que recalcitrantemente no aceptan el
origen evolutivo del hombre, y quienes señalan que los negros, los
asiáticos, los árabes, los indígenas y, en fin, todos los
tercermundistas son hijos de Eva con Satán o el diablo, por lo que
de una u otra manera hay que exterminarlos y enfermedades como la
anemia falsiforme demuestra que así lo quiere dios.
Por el contrario la ciencia, a través de estudios del ya descifrado
genoma humano o mapa genético, prueba irrefutable del origen del
hombre a partir de la evolución de la materia y partiendo de un
tronco común para todos los seres vivos, ha logrado avances
importantes en la búsqueda de corregir las consecuencias de que se
presenten juntos dos alelos F de célula falciforme en un individuo,
lo que permitirá que personas con anemia falciforme puedan
sobrevivir.
Aquí si se da el caso de la intervención de una “inteligencia”
consciente, que es en este caso el hombre mismo, para modificar una
acción ciega de la naturaleza.
Este ejemplo demuestra, de nuevo, por qué es tan importante que
todos entendamos, cómo se sabe a ciencia cierta, que la evolución es
un hecho, aprendamos los principios básicos de la evolución, nos
opongamos enérgicamente a los fundamentalistas religiosos que tratan
de impedir que estos hechos se conozcan y exijamos una educación
laica y positiva, o sea, basada en hechos y evidencias, una
educación científica, en nuestras escuelas. |