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Con el trabajo el hombre conquistó la
inteligencia humana
Amigos de Luz Más Luz que hoy nos acompañan, y a
todos los que lo hacen por primera vez: Quizás para ustedes no
resulte desconocido el saber que es en la parte del cerebro humano
que se llama corteza cerebral, donde tenemos o producimos los
pensamientos, las ideas e inspiraciones, donde leemos y escribimos,
sí, porque los ojos son como especie de espejuelos que nos permiten
enfocar lo que vemos, pero no leemos con los ojos sino con el
cerebro, lo mismo pasa con las manos y el escribir, las manos son
como bolígrafos o lápices que marcan lo que queremos escribir, pero
no escribimos con las manos sino con el cerebro, como tampoco
hablamos con la boca sino con el cerebro, con esa parte específica
del cerebro que se llama corteza cerebral, lugar donde también
hacemos cálculos matemáticos, componemos música, donde imaginamos,
pensamos, hacemos abstracciones. Incluso, durante el sueño la
corteza del cerebro no deja de funcionar: nos pone a soñar, a
recordar cosas, a imaginar cosas. También es en la corteza del
cerebro donde los humanos hacemos conciencia de las cosas, que es lo
mismo, hacer conciencia de las cosas, que darnos cuenta de que
existe un mundo independiente de nuestra existencia, que seguirá
existiendo aún cuando nosotros dejemos de existir.
¿Cómo el cerebro hace que el hombre
pueda tener conciencia de las cosas, que el hombre pueda conocer la
materia, su esencia, el mundo exterior?
Los innumerables fenómenos del mundo exterior se
reflejan en el cerebro del hombre por medio de los órganos de los
sentidos –la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto- que es
a lo que se llama conocimiento sensorial, pero al acumularse
suficiente conocimiento sensorial, se produce un salto al
conocimiento racional, es decir a las ideas, los planes, las
teorías, los principios políticos, medidas, etc., que son, los
planes, las teorías, los principios políticos, medidas, etc., la
expresión de la conciencia que tenemos de los fenómenos del mundo.
Luego que tenemos conciencia de las cosas, es
decir nuestras ideas, teorías, planes, medidas, principios políticos
se prueban en la práctica. A través de la prueba en la práctica es
que se puede comprobar si nuestros conocimientos son acertados o
erróneos, o sea, si las ideas, teorías, principios políticos,
planes, medidas se corresponden con la realidad. No hay otro medio
de comprobar la verdad. Por lo general cuando tenemos éxito, es
porque nuestros planes e ideas son correctos, cuando fracasamos,
nuestras medidas o teorías resultaron erróneas. Pero a menudo, sólo
es posible llegar a un conocimiento correcto después de muchas
repeticiones del proceso que conduce de la materia a la conciencia y
de la conciencia a la materia, es decir de la práctica al
conocimiento y del conocimiento a la práctica.
Cuando decimos que en la corteza del cerebro es
donde los humanos hacemos conciencia de las cosas, estamos diciendo
que el cerebro no sólo refleja las causas puramente externas de los
innumerables fenómenos del mundo exterior que son las captadas a
través de los órganos de los sentidos, sino que el cerebro también
tiene la capacidad de conocer la esencia de los fenómenos, la causa
fundamental de su desarrollo, de conocer las diversas formas del
movimiento interno de las cosas, del movimiento interno de la
materia, pues en el mundo no hay más que materia en movimiento. Si
no fuera así, si no contáramos con la capacidad de conocer la
esencia de las cosas, ¿cómo se explica que el hombre haya
transformado el mundo y lo continúe haciendo?
¿Cómo evoluciona nuestro
cerebro?
Como todos nuestros órganos, nuestro cerebro ha
evolucionado, ha aumentado su complejidad y su contenido informativo
a lo largo de millones de años y continúa haciéndolo.
Su estructura refleja todas las fases por las
que ha pasado. El cerebro ha evolucionado de adentro para afuera. En
la parte más profunda del cerebro está la parte más antigua, el
tallo encefálico, que dirige las funciones biológicas básicas, como
los latidos del corazón, la respiración, etc. Coronando el tallo
encefálico está el complejo R, la sede de la agresión, la sede del
ritual, de la territorialidad y de la jerarquía social, que
evolucionó hace centenares de millones de años en nuestros
antepasados reptiles, o sea, que en lo profundo de nuestro cerebro
hay algo parecido al cerebro de un cocodrilo. Rodeando al complejo R
está el sistema límbico del cerebro de los mamíferos, que evolucionó
hace decenas de millones de años en antepasados que eran mamíferos
pero que todavía no eran primates. Este sistema límbico es una
fuente importante de nuestros estados de ánimo y emociones, de
nuestras preocupaciones y cuidados por los jóvenes. Y finalmente en
el exterior, “viviendo en una tregua incómoda”, como cita Carl Sagan,
con las partes más primitivas situadas debajo, está la corteza
cerebral, sitio donde la materia es transformada en conciencia.
La corteza cerebral de los humanos comprende más
de las dos terceras partes del cerebro y es lo que distingue el
cerebro de nuestra especie del cerebro de las demás. En la
actualidad cada uno de nosotros tiene un centenar de miles de
millones de neuronas, que es el nombre que reciben las células
nerviosas que conforman la estructura de la corteza del cerebro,
cifra ésta comparable al número de estrellas que tiene la galaxia
Vía Láctea, que es la galaxia a la que pertenece nuestro sistema
solar, por tanto, es la galaxia en donde vivimos, es nuestro
vecindario.
Muchas neuronas tienen miles de conexiones con
sus vecinas. Hay aproximadamente cien billones de estas conexiones
en la corteza del cerebro humano y todavía hay muchas más conexiones
que no han sido activadas pues apenas usamos en la actualidad una
tercera parte de la capacidad cerebral.
Los cerebros humanos se distinguen de los
cerebros de otros animales porque su corteza tiene numerosos
pliegues llamados circunvoluciones y profundos surcos llamados
cisuras, que aumentan de manera importante la superficie disponible
en la corteza cerebral sin modificar el tamaño del cráneo que es,
por decirlo así, la caja donde se guarda el cerebro, y forma parte
de nuestra cabeza.
Se considera que a mayor inteligencia mayor
profundidad y número de circunvoluciones y cisuras, por lo que el
tamaño del cerebro tiene poca importancia para la inteligencia. El
elefante y la ballena, por ejemplo, tienen cerebros de gran tamaño
pero su corteza es muy lisa y el número de sus neuronas es muy
reducido. Y el cerebro del chimpancé actual, primate igual que el
hombre pero que no dio el salto de erguirse, adoptar una posición
erecta y dejar las manos libres para construir instrumentos de
trabajo desafiando a la naturaleza, por el contrario, lo que hizo
fue hacerse más dependiente de la cadena alimenticia con que la
naturaleza lo mantiene bajo su control, en otras palabras, se hizo
más chimpancé, tiene una corteza cerebral completamente lisa.
El cerebro humano, a expensa de la corteza
cerebral, no ha dejado de desarrollarse, no ha dejado de
evolucionar, desde que nuestros antepasados adoptaron la posición
erguida y comenzaron a usar las manos para trabajar, porque el
desarrollo de la corteza cerebral humana, en proporciones muy pero,
muy por encima del resto de los demás animales terrestres, ha sido
la consecuencia de una actividad no biológica, porque la corteza
cerebral humana ha alcanzado tal desarrollo a consecuencia del
trabajo.
En un primer momento, el cerebro creció al ritmo
o en la misma medida que lo hacía la cavidad craneal. Cuidadosas
mediciones del cráneo del hombre de Neandertal demuestran, sin lugar
a dudas, que su cerebro era mayor que el del pitecántropo, como se
puede apreciar si se compara la capacidad craneal del pitecántropo
de unos 940 ml con la del hombre de Neandertal de unos 1,150 ml, tan
grande, o a caso mayor, que la del hombre moderno. Esto demuestra
que los millares de años de trabajo que separan al pitecántropo del
hombre de Neandertal no pasaron en vano.
Lo que hoy es la humanidad indica, a su vez, que
los millares de años de trabajo que separan al pitecántropo o hombre
mono, o eslabón perdido, si se le quiere ver así, no ya del
Neandertal, una de las tantas variedades de especies humana que han
existido diferentes a la especie Homo sapiens que es la especie del
hombre contemporáneo, que es la especie a la que pertenecemos
nosotros, sino que separan al pitecántropo del propio Homo sapiens,
tronco de todas las razas humanas existentes en la actualidad así
como de algunas ya desaparecidas como el hombre de Cro-Magnon,
decimos, no pasaron en vano.
Estos millares de años de trabajo transformaron
completamente al hombre, sobre todo, su cabeza y sus manos, puesto
que las manos debían hacer el trabajo y la cabeza tenía que dar las
órdenes. A medida que trabajaba en su hacha, dando nueva forma a la
piedra, el hombre se estaba transformando así mismo sin darse
cuenta; estaba rehaciendo sus propios dedos para que fueran más
útiles, estaba desarrollando su cerebro también y haciéndolo cada
vez más complejo.
Observando al hombre de Neandertal nos damos
cuenta de que no es un mono, a pesar de que su frente estrecha
sobresale por encima de sus ojos, como la visera de una cachucha o
gorra, y de que sus dientes se proyectaban hacia fuera. Aquella
quijada sin barbilla no se adaptaba todavía al habla humana. Aquella
frente casi horizontal tampoco se adaptaba al pensamiento del hombre
de hoy. Sin embargo, este hombre de entonces, tenía que pensar y
tenía que hablar, era indispensable para el trabajo en común.
Pero usted se preguntará, ¿y por que el hombre
moderno, evidentemente más avanzado que el primitivo Neandertal, no
es un “cabezón”, cuya cabeza debería, por lo menos, tener el doble
en tamaño que la cavidad craneana que tenía el hombre de Neandertal?
Veamos. Ciertamente que el trabajo, que es una
actividad no biológica en sí, ha hecho que el cerebro, que es un
órgano biológico, almacene e interrelacione una cada vez más grande
cantidad de información para la supervivencia del hombre, desde el
momento mismo que éste rompe la cadena alimenticia que lo ataba al
reino animal, información tan amplia y compleja, que no podía ser
almacenada en su conjunto por los genes con la rapidez que las
circunstancias exigían que se hiciese y por la cantidad y
complejidad de las mismas. Como sabemos, el cerebro hace mucho más
que recordar, compara, sintetiza, analiza, hace abstracciones,
razona, tenemos que inventar muchas más cosas de las que nuestros
genes pueden conocer.
Entonces una pregunta pertinente para el caso
sería ¿Y cómo sigue creciendo la corteza cerebral sin que al mismo
tiempo aumente en la misma proporción el tamaño del cráneo donde se
alberga? Muy sencillo. Porque la corteza del cerebro crece
aumentando el número de circunvoluciones y profundizando sus surcos
o cisuras, por eso, su ininterrumpido crecimiento a causa del
trabajo no ha sido obstaculizado por el crecimiento más lento, en
comparación, imperceptible, del tamaño del cráneo, y el cerebro no
ha parado de crecer, como tampoco se ha detenido la actividad
cultural del hombre desde el momento en que hizo su primer
instrumento de trabajo o medio de producción y se dio a la tarea de
transformar su entorno y así mismo.
Los procesos biológicos van al ritmo del reloj
del universo, no al ritmo de las necesidades particulares de una
criatura de ese universo. Si esa criatura pretendía sobrevivir
desafiando las leyes de este universo, tenía que ingeniárselas
apoyándose en sus propias fuerzas, transformándose así misma y a su
entorno, al fin y al cabo, el más fuerte es el que sobrevive, y el
más fuerte es que mejor se adapta. El hombre descubrió el trabajo
como la estratagema para sobrevivir transformando su entorno y así
mismo como forma de adaptación.
El cerebro humano crecía, de modo, que el
trabajo en común, enseñó al hombre a hablar y al aprender hablar
también aprendió a pensar. El pensamiento, pues, sólo existe en
indisoluble unión con el trabajo y con el habla, que se dan
exclusivamente en la sociedad humana por lo que podríamos decir que
la corteza cerebral es la cede de nuestra humanidad.
El lenguaje y el pensamiento
En los inicios del lenguaje humano las señales
consistían en gestos y alaridos. Cada alarido significaba para el
conjunto de la manada algo como una situación favorable o
desfavorable o de peligro: como un animal comestible, o que lo
atacaba y se lo comía, o un fruto que habitualmente comía, o un
manantial de agua fresca, etc. Un gesto o un movimiento podía tener
un significado similar. Así, a los gritos, alaridos, gestos y
movimientos se les fue asignando un significado explícito o varios a
la vez. Por ahí viene configurándose poco a poco pero en firme lo
que es hoy eso que llamamos lenguaje.
Los ojos y los oídos recibían las señales, y era
así como un cazador se comunicaba con los demás que formaban el
grupo de cazadores de su manada. Los ojos y los oídos enseguida
trasmitían estas señales al cerebro. El cerebro tan pronto entendía
la señal contestaba con órdenes. En la medida que el trabajo se fue
complicando y aumentando los instrumentos, las experiencias, fue
aumentando también el número de gestos y en el cerebro se
continuaron formando nuevas células, cuyas uniones o conexiones se
volvieron cada vez más complicadas.
Fue así como descubrió o sintió la necesidad de
crear continuidad, primero entre contemporáneos, luego como
testimonios para generaciones venideras. Los primeros signos de la
escritura, como ejemplo de ahondamiento del proceso de abstracción y
acumulación de conocimientos productivos alrededor del trabajo:
jeroglíficos, dibujos de animales que cazaba, del fuego, de la
cocción de los alimentos, de los instrumentos para la recolección,
para la caza, para la pesca, etc., miles de años, miles de decenas
de años. ¿Diez decenas de miles, nueve?, ¿Cuántos, en fin?
Así se prepara el momento, hace quizás diez mil
años, en que necesitamos saber más que lo que podía contener nuestro
cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes cantidades de
información fuera de nuestros cuerpos. Hasta donde sabemos, somos la
única especie que ha inventado una memoria común que no está
almacenada ni en nuestros genes, ni en nuestro cerebro: el almacén
de esta memoria se llama biblioteca por medio del lenguaje escrito o
las obras de arte.
La inteligencia humana no ha sido un don de la
naturaleza, el hombre logró conquistarla con su trabajo. Pero, el
hombre es, al fin y al cabo, un producto de la naturaleza, de la
madre natura que nos hizo para que la pensáramos y entre ambos nos
entretuviéramos rompiendo el ocio.
En efecto, cada día aprendemos más y nos
hallamos en mejores condiciones de prever y por tanto de controlar
cada vez mejor las consecuencias naturales de nuestros actos y
controlar las fuerzas ciegas de la naturaleza. Pero cuanto más es
esto realidad, más sentimos y comprendemos los hombres la unidad
indisoluble que tenemos con la naturaleza y más nos damos cuenta,
como dijera, Engels en su ensayo “El papel del trabajo en la
transformación del mono en hombre” lo inconcebible que es “esa idea
absurda y antinatural de la antítesis, de la contraposición, entre
el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el
cuerpo, idea que empieza a difundirse por Europa a raíz de la
decadencia de la antigüedad clásica y que adquiere su máximo
desenvolvimiento en el cristianismo”.
El pensamiento y
la concepción materialista
Qué fácil y comprensible se viene haciendo
darnos cuenta que nuestros pensamientos, visiones, fantasías,
imaginaciones, sueños tienen una realidad física, material, que los
sustenta y los produce, los crea, en vista de que como ya dijimos la
materia prima a partir de la cual el cerebro produce el pensamiento
no es otra que el reflejo del mundo exterior que nos rodea y las
relaciones que en él se dan, que le llegan al cerebro a través de
los sentidos, independientemente de nuestra voluntad.
Y si el hombre piensa porque tiene cerebro,
porque nunca se ha visto un pensamiento sin cerebro, aunque no
podemos negar que hay cerebros escasos de pensamientos porque
quienes lo poseen se niegan a ejercitar uno de los mecanismos
principales de este órgano en su función de pensar que es el
razonar, la cuestión es, que si se piensa con el cerebro, aquella
pregunta de qué es primero, si el pensamiento o la idea, por un
lado, o es primero la materia, por el otro lado, queda resuelta sin
equívoco alguno: si, primero es el cerebro, porque con el cerebro
pensamos y los pensamientos no son más que el resultado del reflejo
del mundo exterior y las relaciones que en él se dan en ese órgano
especial llamado cerebro, entonces, primero es la materia y la
materia es la que crea los pensamientos, las ideas, lo espiritual,
el alma, porque lo espiritual, el alma, el pensamiento, las ideas
son elaborados por el cerebro a partir de la información que recibe
del mundo exterior.
Claro, que todavía persiste entre nosotros, y
cuando digo entre nosotros me refiero a la humanidad vista en su
conjunto, las concepciones idealistas, no científicas, que sostienen
que primero es el pensamiento, la idea, el espíritu, dios, lo
desconocido, lo que no se toca ni se ve, y que dios, lo desconocido,
el espíritu, el pensamiento, la idea es lo que ha creado la materia
y la controla. ¡Qué ironía!, resulta que quienes tanto despotrican
contra el materialismo y dicen enaltecer la fuerza de lo desconocido
y sobrenatural, en realidad, no hacen más, aún cuando se resisten a
reconocerlo, que rendirle culto al músculo que es el cerebro, que si
somos lógicos en el razonar, nos percatamos que es lo que esos
idealistas erigen como dios o el medio de su dios expresarse, aún en
caso de que esas manifestaciones no tengan asidero con la realidad y
resulten sólo alucinaciones, pues las alucinaciones, los sueños,
etc. se producen en el cerebro o se inducen para que se produzcan,
precisamente, estimulando el cerebro con sustancias alucinógenas,
oponiéndose a la concepción materialista, que partiendo de los
hechos y la experiencia, establece que primero es la materia, y que
es la materia, el mundo, la que ha creado el pensamiento, las ideas,
el espíritu, el alma, a dios, a pesar de que la vida misma, es
decir, las múltiples actividades que pone en práctica el hombre en
su relación con la naturaleza y los demás miembros de la sociedad en
la que convive con los de su especie y con la que al mismo tiempo
desafía a la naturaleza, actividades que se pueden agrupar en tres
categorías: las actividades en la lucha por la producción, por la
experimentación científica y las desplegadas en las relaciones entre
los grupos humanos entre sí, a cada paso, la vida misma, nos
evidencia que la concepción materialista es la que se corresponde
con la realidad, como es el caso del ejemplo del cerebro y el
pensamiento que ya mencionamos.
A pesar de todo esto, todavía persiste en gran
parte de la humanidad la concepción idealista, no sólo en su
expresión religiosa sino también en su expresión no religiosa.
El descubrimiento del poder de la razón,
paradójicamente, indujo y arrastra al hombre a creer que sus actos
se explican por sus pensamientos, en lugar de buscar estas
explicación en sus necesidades, reflejadas claro está en su cerebro
pues así es como cobra conciencia de ellas, y es así como surge la
concepción idealista del mundo, extraviándole el camino al hombre,
por lo que la ignorancia y el atraso seguirían siendo las notas
predominantes.
Y así como la ignorancia y el miedo ante la
fuerza ciega de la naturaleza crearon a los dioses en el seno del
hombre primitivo, la ignorancia y el miedo ante la fuerza ciega de
la sociedad, mantienen las creencias en dioses y el idealismo en la
sociedad humana de hoy, a pesar del alcance logrado, mediante la
ciencia y la tecnología, en el dominio de la naturaleza.
El hombre primitivo, cuando oía el trueno o
veía el rayo, pensaba que muchas fuerzas ocultas, misteriosas o
invisibles movían a su antojo los resortes de la naturaleza como si
fueran marionetas, y era él tan sólo una indefensa criatura que era
vapuleada en medio de ese vendaval de fuerzas misteriosas e
invisibles. El hombre de hoy amenazado por la ruina inesperada,
repentina que lo convierte en mendigo de la noche a la mañana,
arrojándolo a la prostitución, acarreándole la muerte por hambre,
aplastado socialmente, ante su aparente impotencia total frente a
las fuerzas ciegas de la sociedad capitalista de hoy que lo mantiene
todo el tiempo atemorizado ante la posibilidad permanente de tales
desenlaces, que lo atemorizan mil veces más que todos los
acontecimientos extraordinarios, como guerras, terremotos, etc.,
como dijera Lenin en un artículo que escribiera en 1909 al que
tituló “Sobre la posición del partido obrero ante la religión”, la
supervivencia de la superstición religiosa así como del idealismo en
general dentro de las poblaciones humanas, que las mantienen
esclavizadas y temiendo ante ideas falsas, temiendo a todas estas
supersticiones, sin atreverse a desafiar las dificultades y los
obstáculos, al mismo tiempo, que una parte minoritaria de la
humanidad, que vive a expensa de que la gran mayoría permanezca
esclavizada de esta manera, se vale de los medios más infames y
hasta criminales para que esta situación no cambie, y esa gran masa
de la humanidad no pase a desempeñar el papel conciente que le
corresponde en la lucha por el control de las leyes que rigen la
naturaleza y la sociedad, emancipándose así de esta manera y
haciéndose, por tanto, dueña de su propio destino, pasando del reino
de la necesidad al reino de la libertad. |