PROGRAMAS RADIALES - 15 de Enero 2005

 

Con el trabajo el hombre conquistó la inteligencia humana

 

Amigos de Luz Más Luz que hoy nos acompañan, y a todos los que lo hacen por primera vez: Quizás para ustedes no resulte desconocido el saber que es en la parte del cerebro humano que se llama corteza cerebral, donde tenemos o producimos los pensamientos, las ideas e inspiraciones, donde leemos y escribimos, sí, porque los ojos son como especie de espejuelos que nos permiten enfocar lo que vemos, pero no leemos con los ojos sino con el cerebro, lo mismo pasa con las manos y el escribir, las manos son como bolígrafos o lápices que marcan lo que queremos escribir, pero no escribimos con las manos sino con el cerebro, como tampoco hablamos con la boca sino con el cerebro, con esa parte específica del cerebro que se llama corteza cerebral, lugar donde también hacemos cálculos matemáticos, componemos música, donde imaginamos, pensamos, hacemos abstracciones. Incluso, durante el sueño la corteza del cerebro no deja de funcionar: nos pone a soñar, a recordar cosas, a imaginar cosas. También es en la corteza del cerebro donde los humanos hacemos conciencia de las cosas, que es lo mismo, hacer conciencia de las cosas, que darnos cuenta de que existe un mundo independiente de nuestra existencia, que seguirá existiendo aún cuando nosotros dejemos de existir.

 

¿Cómo el cerebro hace que el hombre pueda tener conciencia de las cosas, que el hombre pueda conocer la materia, su esencia, el mundo exterior?

 

Los innumerables fenómenos del mundo exterior se reflejan en el cerebro del hombre por medio de los órganos de los sentidos –la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto- que es a lo que se llama conocimiento sensorial, pero al acumularse suficiente conocimiento sensorial, se produce un salto al conocimiento racional, es decir a las ideas, los planes, las teorías, los principios políticos, medidas, etc., que son, los planes, las teorías, los principios políticos, medidas, etc., la expresión de la conciencia que tenemos de los fenómenos del mundo.

Luego que tenemos conciencia de las cosas, es decir nuestras ideas, teorías, planes, medidas, principios políticos se prueban en la práctica. A través de la prueba en la práctica es que se puede comprobar si nuestros conocimientos son acertados o erróneos, o sea, si las ideas, teorías, principios políticos, planes, medidas se corresponden con la realidad. No hay otro medio de comprobar la verdad. Por lo general cuando tenemos éxito, es porque nuestros planes e ideas son correctos, cuando fracasamos, nuestras medidas o teorías resultaron erróneas. Pero a menudo, sólo es posible llegar a un conocimiento correcto después de muchas repeticiones del proceso que conduce de la materia a la conciencia y de la conciencia a la materia, es decir de la práctica al conocimiento y del conocimiento a la práctica.

Cuando decimos que en la corteza del cerebro es donde los humanos hacemos conciencia de las cosas, estamos diciendo que el cerebro no sólo refleja las causas puramente externas de los innumerables fenómenos del mundo exterior que son las captadas a través de los órganos de los sentidos, sino que el cerebro  también tiene la capacidad de conocer la esencia de los fenómenos, la causa fundamental de su desarrollo, de conocer las diversas formas del movimiento interno de las cosas, del movimiento interno de la materia, pues en el mundo no hay más que materia en movimiento. Si no fuera así, si no contáramos con la capacidad de conocer la esencia de las cosas, ¿cómo se explica que el hombre haya transformado el mundo y lo continúe haciendo?

 

¿Cómo evoluciona nuestro cerebro?

 

Como todos nuestros órganos, nuestro cerebro ha evolucionado, ha aumentado su complejidad y su contenido informativo a lo largo de millones de años y continúa haciéndolo.

Su estructura refleja todas las fases por las que ha pasado. El cerebro ha evolucionado de adentro para afuera. En la parte más profunda del cerebro está la parte más antigua, el tallo encefálico, que dirige las funciones biológicas básicas, como los latidos del corazón, la respiración, etc. Coronando el tallo encefálico está el complejo R, la sede de la agresión, la sede del ritual, de la territorialidad y de la jerarquía social, que evolucionó hace centenares de millones de años en nuestros antepasados reptiles, o sea, que en lo profundo de nuestro cerebro hay algo parecido al cerebro de un cocodrilo. Rodeando al complejo R está el sistema límbico del cerebro de los mamíferos, que evolucionó hace decenas de millones de años en antepasados que eran mamíferos pero que todavía no eran primates. Este sistema límbico es una fuente importante de nuestros estados de ánimo y emociones, de nuestras preocupaciones y cuidados por los jóvenes. Y finalmente en el exterior, “viviendo en una tregua incómoda”, como cita Carl Sagan, con las partes más primitivas situadas debajo, está la corteza cerebral, sitio donde la materia es transformada en conciencia.

La corteza cerebral de los humanos comprende más de las dos terceras partes del cerebro y es lo que distingue el cerebro de nuestra especie del cerebro de las demás. En la actualidad cada uno de nosotros tiene un centenar de miles de millones de neuronas, que es el nombre que reciben las células nerviosas que conforman la estructura de la corteza del cerebro, cifra ésta comparable al número de estrellas que tiene la galaxia Vía Láctea, que es la galaxia a la que pertenece nuestro sistema solar, por tanto, es la galaxia en donde vivimos, es nuestro vecindario.

Muchas neuronas tienen miles de conexiones con sus vecinas. Hay aproximadamente cien billones de estas conexiones en la corteza del cerebro humano y todavía hay muchas más conexiones que no han sido activadas pues apenas usamos en la actualidad una tercera parte  de la capacidad cerebral.

Los cerebros humanos se distinguen de los cerebros de otros animales porque su corteza tiene numerosos pliegues llamados circunvoluciones y profundos surcos llamados cisuras, que aumentan de manera importante la superficie disponible en la corteza cerebral sin modificar el tamaño del cráneo que es, por decirlo así, la caja donde se guarda el cerebro, y forma parte de nuestra cabeza.

Se considera que a mayor inteligencia mayor profundidad y número de circunvoluciones y cisuras, por lo que el tamaño del cerebro tiene poca importancia para la inteligencia. El elefante y la ballena, por ejemplo, tienen cerebros de gran tamaño pero su corteza es muy lisa y el número de sus neuronas es muy reducido. Y el cerebro del chimpancé actual, primate igual que el hombre pero que no dio el salto de erguirse, adoptar una posición erecta y dejar las manos libres para construir instrumentos de trabajo desafiando a la naturaleza, por el contrario, lo que hizo fue hacerse más dependiente de la cadena alimenticia con que la naturaleza lo mantiene bajo su control, en otras palabras, se hizo más chimpancé, tiene una corteza cerebral completamente lisa.

El cerebro humano, a expensa de la corteza cerebral, no ha dejado de desarrollarse, no ha dejado de evolucionar, desde que nuestros antepasados adoptaron la posición erguida y comenzaron a usar las manos para trabajar, porque el desarrollo de la corteza cerebral humana, en proporciones muy pero, muy por encima del resto de los demás animales terrestres, ha sido la consecuencia de una actividad no biológica, porque la corteza cerebral humana ha alcanzado tal desarrollo a consecuencia del trabajo.

En un primer momento, el cerebro creció al ritmo o en la misma medida que lo hacía la cavidad craneal. Cuidadosas mediciones del cráneo del hombre de Neandertal demuestran, sin lugar a dudas, que su cerebro era mayor que el del pitecántropo, como se puede apreciar si se compara la capacidad craneal del pitecántropo de unos 940 ml con la del hombre de Neandertal de unos 1,150 ml, tan grande, o a caso mayor, que la del hombre moderno. Esto demuestra que los millares de años de trabajo que separan al pitecántropo del hombre de Neandertal no pasaron en vano.

Lo que hoy es la humanidad indica, a su vez, que los millares de años de trabajo que separan al pitecántropo o hombre mono, o eslabón perdido, si se le quiere ver así, no ya del Neandertal, una de las tantas variedades de especies humana que han existido diferentes a la especie  Homo sapiens que es la especie del hombre contemporáneo, que es la especie a la que pertenecemos nosotros, sino que separan al pitecántropo del propio Homo sapiens, tronco de todas las razas humanas existentes en la actualidad así como de algunas ya desaparecidas como el hombre de Cro-Magnon, decimos, no pasaron en vano.

Estos millares de años de trabajo transformaron completamente al hombre, sobre todo, su cabeza y sus manos, puesto que las manos debían hacer el trabajo y la cabeza tenía que dar las órdenes. A medida que trabajaba en su hacha, dando nueva forma a la piedra, el hombre se estaba transformando así mismo sin darse cuenta; estaba rehaciendo sus propios dedos para que fueran más útiles, estaba desarrollando su cerebro también y haciéndolo cada vez más complejo.

Observando al hombre de Neandertal nos damos cuenta de que no es un mono, a pesar de que su frente estrecha sobresale por encima de sus ojos, como la visera de una cachucha o gorra, y de que sus dientes se proyectaban hacia fuera. Aquella quijada sin barbilla no se adaptaba todavía al habla humana. Aquella frente casi horizontal tampoco se adaptaba al pensamiento del hombre de hoy. Sin embargo, este hombre de entonces, tenía que pensar y tenía que hablar, era indispensable para el trabajo en común.

Pero usted se preguntará, ¿y por que el hombre moderno, evidentemente más avanzado que el primitivo Neandertal, no es un “cabezón”, cuya cabeza debería, por lo menos, tener el doble en tamaño que la cavidad craneana que tenía el hombre de Neandertal?

Veamos. Ciertamente que el trabajo, que es una actividad no biológica en sí, ha hecho que el cerebro, que es un órgano biológico, almacene e interrelacione una cada vez más grande cantidad de información para la supervivencia del hombre, desde el momento mismo que éste rompe la cadena alimenticia que lo ataba al reino animal, información tan amplia y compleja, que no podía ser almacenada en su conjunto por los genes con la rapidez que las circunstancias exigían que se hiciese y por la cantidad y complejidad de las mismas. Como sabemos, el cerebro hace mucho más que recordar, compara, sintetiza, analiza, hace abstracciones, razona, tenemos que inventar muchas más cosas de las que nuestros genes pueden conocer.

Entonces una pregunta pertinente para el caso sería ¿Y cómo sigue creciendo la corteza cerebral sin que al mismo tiempo aumente en la misma proporción el tamaño del cráneo donde se alberga? Muy sencillo. Porque la corteza del cerebro crece aumentando el número de circunvoluciones y profundizando sus surcos o cisuras, por eso, su ininterrumpido crecimiento a causa del trabajo no ha sido obstaculizado por el crecimiento más lento, en comparación, imperceptible, del tamaño del cráneo, y el cerebro no ha parado de crecer, como tampoco se ha detenido la actividad cultural del hombre desde el momento en que hizo su primer instrumento de trabajo o medio de producción y se dio a la tarea de transformar su entorno y así mismo.

Los procesos biológicos van al ritmo del reloj del universo, no al ritmo de las necesidades particulares de una criatura de ese universo. Si esa criatura pretendía sobrevivir desafiando las leyes de este universo, tenía que ingeniárselas apoyándose en sus propias fuerzas, transformándose así misma y a su entorno, al fin y al cabo, el más fuerte es el que sobrevive, y el más fuerte es que mejor se adapta. El hombre descubrió el trabajo como la estratagema para sobrevivir transformando su entorno y así mismo como forma de adaptación.

El cerebro humano crecía, de modo, que el trabajo en común, enseñó al hombre a hablar y al aprender hablar también aprendió a pensar. El pensamiento, pues, sólo existe en indisoluble unión con el trabajo y con el habla, que se dan exclusivamente en la sociedad humana por lo que podríamos decir que la corteza cerebral es la cede de nuestra humanidad.

 

El lenguaje y el pensamiento

 

En los inicios del lenguaje humano las señales consistían en gestos y alaridos. Cada alarido significaba para el conjunto de la manada algo como una situación favorable o desfavorable o de peligro: como un animal comestible, o que lo atacaba y se lo comía, o un fruto que habitualmente comía, o un manantial de agua fresca, etc. Un gesto o un movimiento podía tener un significado similar. Así, a los gritos, alaridos, gestos y movimientos se les fue asignando un significado explícito o varios a la vez. Por ahí viene configurándose poco a poco pero en firme lo que es hoy eso que llamamos lenguaje.

Los ojos y los oídos recibían las señales, y era así como un cazador se comunicaba con los demás que formaban el grupo de cazadores de su manada. Los ojos y los oídos enseguida trasmitían estas señales al cerebro. El cerebro tan pronto entendía la señal contestaba con órdenes. En la medida que el trabajo se fue complicando y aumentando los instrumentos, las experiencias, fue aumentando también el número de gestos y en el cerebro se continuaron formando nuevas células, cuyas uniones o conexiones se volvieron cada vez más complicadas. 

Fue así como descubrió o sintió la necesidad de crear continuidad, primero entre contemporáneos, luego como testimonios para generaciones venideras. Los primeros signos de la escritura, como ejemplo de ahondamiento del proceso de abstracción y acumulación de conocimientos productivos alrededor del trabajo: jeroglíficos, dibujos de animales que cazaba, del fuego, de la cocción de los alimentos, de los instrumentos para la recolección, para la caza, para la pesca, etc., miles de años, miles de decenas de años. ¿Diez decenas de miles, nueve?, ¿Cuántos, en fin?

Así se prepara el momento, hace quizás diez mil años, en que necesitamos saber más que lo que podía contener nuestro cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Hasta donde sabemos, somos la única especie que ha inventado una memoria común que no está almacenada ni en nuestros genes, ni en nuestro cerebro: el almacén de esta memoria se llama biblioteca por medio del lenguaje escrito o las obras de arte.

La inteligencia humana no ha sido un don de la naturaleza, el hombre logró conquistarla con su trabajo. Pero, el hombre es, al fin y al cabo,  un producto de la naturaleza, de la madre natura que nos hizo para que la pensáramos y entre ambos nos entretuviéramos rompiendo el ocio.

En efecto, cada día aprendemos más y nos hallamos en mejores condiciones de prever y por tanto de controlar cada vez mejor las consecuencias naturales de nuestros actos y controlar las fuerzas ciegas de la naturaleza. Pero cuanto más es esto realidad, más sentimos y comprendemos los hombres la unidad indisoluble que tenemos con la naturaleza y más nos damos cuenta, como dijera, Engels en su ensayo “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” lo inconcebible que es “esa idea absurda y antinatural de la antítesis, de la contraposición, entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo, idea que empieza a difundirse por Europa a raíz de la decadencia de la antigüedad clásica y que adquiere su máximo desenvolvimiento en el cristianismo”.

 

El pensamiento y la concepción materialista

 

Qué fácil y comprensible se viene haciendo darnos cuenta que nuestros pensamientos, visiones, fantasías, imaginaciones, sueños tienen una realidad física, material, que los sustenta y los produce, los crea, en vista de que como ya dijimos la materia prima a partir de la cual el cerebro produce el pensamiento no es otra que el reflejo del mundo exterior que nos rodea y las relaciones que en él se dan, que le llegan al cerebro a través de los sentidos, independientemente de nuestra voluntad.

Y si el hombre piensa porque tiene cerebro, porque nunca se ha visto un pensamiento sin cerebro, aunque no podemos negar que hay cerebros escasos de pensamientos porque quienes lo poseen se niegan a ejercitar uno de los mecanismos principales de este órgano en su función de pensar que es el razonar, la cuestión es, que si se piensa con el cerebro, aquella pregunta de qué es primero, si el pensamiento o la idea, por un lado, o es primero la materia, por el otro lado, queda resuelta sin equívoco alguno: si, primero es el cerebro, porque con el cerebro pensamos y los pensamientos no son más que el resultado del reflejo del mundo exterior y las relaciones que en él se dan en ese órgano especial llamado cerebro, entonces, primero es la materia y la materia es la que crea los pensamientos, las ideas, lo espiritual, el alma, porque lo espiritual, el alma, el pensamiento, las ideas son elaborados por el cerebro a partir de la información que recibe del mundo exterior.

Claro, que todavía persiste entre nosotros, y cuando digo entre nosotros me refiero a la humanidad vista en su conjunto, las concepciones idealistas, no científicas, que sostienen que primero es el pensamiento, la idea, el espíritu, dios, lo desconocido, lo que no se toca ni se ve, y que dios, lo desconocido, el espíritu, el pensamiento, la idea es lo que ha creado la materia y la controla. ¡Qué ironía!, resulta que quienes tanto despotrican contra el materialismo y dicen enaltecer la fuerza de lo desconocido y sobrenatural, en realidad, no hacen más, aún cuando se resisten a reconocerlo, que rendirle culto al músculo que es el cerebro, que si somos lógicos en el razonar, nos percatamos que es lo que esos idealistas erigen como dios o el medio de su dios expresarse, aún en caso de que esas manifestaciones no tengan asidero con la realidad y resulten sólo alucinaciones, pues las alucinaciones, los sueños, etc. se producen en el cerebro o se inducen para que se produzcan, precisamente, estimulando el cerebro con sustancias alucinógenas, oponiéndose a la concepción materialista, que partiendo de  los hechos y la experiencia, establece que primero es la materia, y que es la materia, el mundo, la que ha creado el pensamiento, las ideas, el espíritu, el alma, a dios, a pesar de que la vida misma, es decir, las múltiples actividades que pone en práctica el hombre en su relación con la naturaleza y los demás miembros de la sociedad en la que convive con los de su especie y con la que al mismo tiempo desafía a la naturaleza, actividades que se pueden agrupar en tres categorías: las actividades en la lucha por la producción, por la experimentación científica y las desplegadas en las relaciones entre los grupos humanos entre sí, a cada paso, la vida misma, nos evidencia que la concepción materialista es la que se corresponde con la realidad, como es el caso del ejemplo del cerebro y el pensamiento que ya mencionamos.

A pesar de todo esto, todavía persiste en gran parte de la humanidad la concepción idealista, no sólo en su expresión religiosa sino también en su expresión no religiosa.

El descubrimiento del poder de la razón, paradójicamente, indujo y arrastra al hombre a creer que sus actos se explican por sus pensamientos, en lugar de buscar estas explicación en sus necesidades, reflejadas claro está en su cerebro pues así es como cobra conciencia de ellas, y es así como surge la concepción idealista del mundo, extraviándole el camino al hombre, por lo que la ignorancia y el atraso seguirían siendo las notas predominantes.

Y así como la ignorancia y el miedo ante la fuerza ciega de la naturaleza crearon a los dioses en el seno del hombre primitivo, la ignorancia y el miedo ante la fuerza ciega de la sociedad, mantienen las creencias en dioses y el idealismo en la sociedad humana de hoy, a pesar del alcance logrado, mediante la ciencia y la tecnología, en el dominio de la naturaleza.

  El hombre primitivo, cuando oía el trueno o veía el rayo, pensaba que muchas fuerzas ocultas, misteriosas o invisibles movían a su antojo los resortes de la naturaleza como si fueran marionetas, y era él tan sólo una indefensa criatura que era vapuleada en medio de ese vendaval de fuerzas misteriosas e invisibles. El hombre de hoy amenazado por la ruina inesperada, repentina que lo convierte en mendigo de la noche a la mañana, arrojándolo a la prostitución, acarreándole la muerte por hambre, aplastado socialmente, ante su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas de la sociedad capitalista de hoy que lo mantiene todo el tiempo atemorizado ante la posibilidad permanente de tales desenlaces, que lo atemorizan mil veces más que todos los acontecimientos extraordinarios, como guerras, terremotos, etc., como dijera Lenin en un artículo que escribiera en 1909 al que tituló “Sobre la posición del partido obrero ante la religión”, la supervivencia de la superstición religiosa así como del idealismo en general dentro de las poblaciones humanas, que las mantienen esclavizadas y temiendo ante ideas falsas, temiendo a todas estas supersticiones, sin atreverse a desafiar las dificultades y los obstáculos, al mismo tiempo, que una parte minoritaria de la humanidad, que vive a expensa de que la gran mayoría permanezca esclavizada de esta manera, se vale de los medios más infames y hasta criminales para que esta situación no cambie, y esa gran masa de la humanidad no pase a desempeñar el papel conciente que le corresponde en la lucha por el control de las leyes que rigen la naturaleza y la sociedad, emancipándose así de esta manera y haciéndose, por tanto, dueña de su propio destino, pasando del reino de la necesidad al reino de la libertad.

 

 

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