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El
conocimiento y los
dioses
Amigos
de Luz Más Luz que hoy nos acompañan, y a todos los que lo hacen
por primera vez: las leyendas sobre el origen del hombre, reflejando
la impotencia ante el avasallador poder de lo desconocido, son tan
numerosas y variadas como civilizaciones han existido y existen.
Por
ejemplo, en el Popol Vuh, libro de la comunidad o del consejo de los
maya-quiché, civilización indoamericana surgida, cuando menos
1,500 a. de n. e., y que ocupaba la península de Yucatán en México
y lo que hoy es Guatelmala, libro éste, el Popol Vuh, que es un
compendio de las tesis que proponían los maya-quiché para explicar
la vida, el mundo, el origen del hombre y, además, de sus
experiencias de cómo transformaban ese mundo estos
seres humanos.
La
explicación que allí se da sobre el origen del hombre plantea,
lo mismo que todas las explicaciones mitológicas que sobre el
origen del hombre se conocen: el miedo de los dioses, o del dios, a
que el hombre adquiera conocimientos, lo sepa todo (en nuestro
tiempo diríamos, que conozca las leyes que rigen el mundo y la
sociedad), porque los dioses consideran, al parecer, que el
conocimiento iguala a los hombres con los dioses, que el
conocimiento convierte al hombre en un gigante que puede transformar
el mundo según le convenga, y ciertamente ha sido así: el hombre
de hoy mueve montañas, cambia el curso de los ríos, riega los
desiertos, cura enfermedades, modifica a los animales y a sí mismo,
saca un órgano de un ser y se lo coloca a otro ser y hasta se ha
lanzado a conquistar la luna desde el planeta que habita, es decir puede
hacer todo lo extraordinario que se le atribuye a dios o a los
dioses.
Escuchen
lo que dice el Popol Vuh al respecto, es decir, sobre los primeros
hombres y el conocimiento y la opinión de su creador o dios al
respecto: dice el Popol Vuh, “los primeros hombres creados y
formados se llamaron el brujo de la risa fatal, el brujo de la
noche, el descuidado y el brujo negro… estaban dotados de
inteligencia y consiguieron saber todo lo que hay en el mundo.
Cuando miraban, veían al instante todo lo que estaba a su
alrededor, y contemplaban sucesivamente el arco del cielo y el
rostro redondo de la tierra…entonces el creador dijo: lo saben ya
todo… ¿Qué vamos hacer con ellos? Que su vista alcance sólo a
lo que está cerca de ellos, que sólo puedan ver una pequeña parte
del rostro de la tierra. ¿No son por su naturaleza simples
criaturas producto de nuestras manos? ¿Tienen que ser también
dioses?"
Estos
dioses maya-quiché, tan celosos como todos los dioses, tan
competitivos, como se diría ahora, con su propia creación, en su afán
por el monopolio; aún así, parece que eran más tolerantes de lo
que admitían que eran, pues observen que 1,500 años a. de n. e., en
esa civilización se sabía y aceptaba que la tierra era redonda,
mientras el dios cristiano había logrado, por lo menos durante 15
siglos, que los seres humanos, sobre los que ejercía su influencia
hasta ese momento en la Europa medieval, sólo pudieran ver “una
pequeña parte del rostro de la tierra” como recomienda el dios
creador de los maya-quiché. Por eso, en la Europa medieval se
consideró durante todo ese tiempo que la tierra no era redonda y
que no se movía, y hasta se condenó como una herejía el sostener
tal cosa, es decir la redondez de la tierra y su movilidad, ya que
contradecía lo textualmente sostenido en el génesis o parte del
libro sagrado cristiano llamado biblia, donde se plantean los
mitos sobre el origen del universo, su organización y de cómo
surgió la vida aquí en la tierra, que sostienen los cristianos.
Por
ejemplo, en pleno siglo XV, primero Nicolás Copérnico y Juan Kepler
y luego Galileo Galilei, por explicar otra imagen del universo,
acorde con los descubrimientos científicos y contraria a la
sostenida por el cristianismo de acuerdo a su biblia, Copérnico, en
1616, fue condenado por la cristiana inquisición y sus escritos
puestos en el índice de libros prohibidos; tres años después, fue
censurada también la obra de Kepler y en 1632, al ser publicado por
Galileo su libro donde expuso la idea de que la tierra se mueve, la
inquisición intervino condenando todos sus escritos y él condenado
al silencio para el resto de sus días, que, de haber faltado a ese
silencio, hubiera sido irremisiblemente quemado en la hoguera de la
santa inquisición cristiana.
Voltear
la mitología griega y ponerla patas abajo
Por
su parte la mitología griega, de la cual el cristianismo ha copiado
tanto, pero también, ha tergiversado tanto así como hecho
desaparecer sus fuentes originales, da la versión de que la
humanidad fue creada por una divinidad de los griegos, perteneciente
a la raza de los Titanes, llamado Prometeo. Prometeo no era, como
los demás titanes, protector de la fuerza bruta, sino que
preconizaba siempre la fuerza de la razón, entendida la razón,
como la influencia que ejerce la planificación y la conciencia en
base al conocimiento, sobre las múltiples actividades humanas.
Dice
esa leyenda, muy manipulada y mutilada por los cristianos, y basta
conocerla para darse cuenta porqué, que cuando el padre de los
dioses, Zeus, o Júpiter, como le llamaban los romanos, quiso acabar
con la raza humana con un diluvio, Prometeo aconsejó a su hijo
Deucalión, pues Prometeo creó a los hombres y les enseñó el uso
del fuego y todo el conocimiento igualándolos a los dioses, que
construyera un arca para salvarse con su esposa Pirra. Ahora
comienzan ustedes a entender ¿verdad? Cualquier parecido con el
cuento de Noe no es pura coincidencia, pues estamos hablando de una
tradición de por los menos 10 siglos antes de la creación del
cristianismo y unos 7 siglos antes de que Ezra, y no Moisés, ser
mitológico que nunca ha existido como tampoco ha existido Zeus,
escribiera el deuteronomio o viejo testamento de la biblia, que es
común al judaísmo y al cristianismo, luego de ser liberado el
pueblo judío del cautiverio en Babilonia por Ciro el Grande en el
539 a. de n. e..
Cuenta
la tradición mitológica griega, que Prometeo robó el fuego
sagrado, que los dioses habían quitado al hombre, y se lo devolvió
a éstos y les enseñó a los humanos todos los conocimientos y las
artes. Esto provocó la cólera de Zeus, que no admitía, como dios
supremo, que los hombres fueran igualados a los dioses, lo que le
valió a Prometeo ser castigado.
Zeus
ordenó a Vulcano, dios del fuego y los metales y a Mercurio, el
dios de los mercaderes, del comercio y de los ladrones, (¡Qué les
parece! bien decía Marx que la mitología revela muchas verdades
que no comprendemos en un primer momento porque están patas hacia
arriba, sólo basta ponerla patas hacia abajo y conoceremos y
comprenderemos el mundo antiguo), bien,
a estos personajes, Mercurio y Vulcano, se les ordenó que ataran a
Prometeo con cadenas de cobre en el Cáucaso, nombre que recibe la
cordillera que se consideraba la frontera natural entre Europa y
Asia, para que sus entrañas fueran devoradas durante el día por un
águila, se regeneraran durante la noche, para al día siguiente ser
devoradas de nuevo, que es a lo que se llama el suplicio de
Prometeo.
Si
ustedes se fijan, no hay que hacer mucho esfuerzo para darse cuenta
de que, y no se trata de nada casual tampoco, Prometeo fue castigado
por la misma razón que fueron castigadas las criaturas creadas por
los dioses maya-quiché, y por la que fueron castigados Adán y Eva,
padres de la humanidad según la mitología judeo-cristiana del génesis,
expulsados del paraíso por comer del fruto del árbol del
conocimiento, del árbol del bien y del mal, que los hizo tan
poderosos como dios, por lo que éste, dios, temeroso, mandó a sus
ángeles a que los sacaran de inmediato del paraíso, y los maldijo
castigándolos con el trabajo, si, irónicamente, con el trabajo,
con la actividad que ha desarrollado el cerebro del hombre y que lo
puso a pensar, que le ha permitido adquirir el conocimiento.
Prometeo,
por su parte, también fue expulsado del paraíso de los dioses
griegos, el Olimpo, fue castigado por darle a su creación, la
humanidad, el fuego y el conocimiento que, sin duda alguna, colocaba
a la humanidad al mismo nivel que los dioses, porque el fuego ha
sido un elemento esencial en la lucha por la supervivencia del
hombre. Por ejemplo, el fuego permitió que el hombre pudiera comer
carne y el consumo de carne ofreció al organismo, pero sobre todo
al cerebro, en forma casi acabada, mucho más cantidad de nutrientes
necesarios para su funcionamiento y desarrollo, con lo que su
perfeccionamiento, el del cerebro, fue haciéndose mayor y más rápido
de generación en generación, hasta alcanzar la capacidad de
pensar, de razonar, lo que le ha permitido al hombre adquirir
conocimientos, y, el conocimiento, aplicado a la lucha por la
supervivencia, es lo que ha dotado al hombre del poder que el propio
hombre, en un principio, al no estar en condiciones de dominar tanto
poder, se inventó algo externo a él como fuente de ese poder, se
inventó a los dioses.
Es
ese poder que la humanidad ha ido conquistando con su trabajo, golpe
a golpe, poder que le ha permitido hacer todo lo grandioso que ella
misma, la humanidad, le ha atribuido a los dioses, poder que no es
otra cosa que el conocimiento de las leyes que rigen la naturaleza y
la sociedad y que la ha colocado en el umbral donde puede pasar, del
reino de la necesidad, al reino de la libertad.
O
sea, que el cuento de Adán y Eva, el fruto prohibido y la expulsión
del paraíso, es en parte una copia del mito del suplicio de
Prometeo. Por tanto, tampoco es un mito original ni del judaísmo ni
del cristianismo, sino una mezcla de mitos paganos de creencias
politeístas. No se engañe, el cristianismo no es otra cosa que el
sincretismo de las más diversas supersticiones y mitos paganos que
le antecedieron.
Pero
Prosigamos. Prometeo desata la ira del dios principal Zeus o Júpiter,
por lo que es castigado con el suplicio horrendo que describimos.
Sin embargo, Prometeo no se doblegó ante el suplicio y mucho menos
se arrepintió de lo que había hecho, él, a quien se le atribuía
el don de conocer el futuro, sabía que tarde o temprano la
humanidad vencería a los dioses.
¿Quieren
saber ustedes que argumentó Prometeo para justificar su hazaña?
Pues a continuación les leeré la parte final del diálogo entre
Prometeo y Mercurio y Vulcano, clavado ya el primero en el Cáucaso,
donde Prometeo se defiende de los cargos que se le hacían y que
motivaron su suplicio.
Van
a disfrutarlo tanto como yo, porque, además de ameno, al darle
vuelta a este mito y ponerlo patas abajo, se entiende que con él la
civilización griega explicaba desde hace más de 27 siglos que los
dioses llegaron al mundo porque la humanidad los trajo, el
pensamiento los trajo, y terminaron, ciertamente, estas ideas
dominando el pensamiento y a la humanidad. Vuelvo y les digo, de lo
que se trata es de voltear la mitología y ponerla patas abajo.
Luciano
de Samosata
Antes
de leerles el discurso pronunciado por Prometeo en su defensa y
justificación, debo decirles que este diálogo fue escrito por
Luciano de Samosata, quien, por más que se encubra bajo un nombre típicamente
latino, Luciano de Samosata es un escritor griego que se refugió en
el escepticismo como concepción del mundo que, siendo contrario, el
escepticismo, a la concepción religiosa cristiana, una y otra visión
del mundo reflejaban, en el siglo II de nuestra era, cuando vivió
Luciano, el tortuoso proceso de decadencia del esclavismo, sistema
económico social que definitivamente sucumbió con la caída del
Imperio Romano de Occidente en el año 476 de n. e., siglo V. Siendo
escéptico, se comprende que Luciano cultivara la sátira como
estilo literario. Esto ha llevado a que se le compare con frecuencia
con Voltaire.
Puede
decirse, sin temor a exagerar, que Luciano, dado su profundo
racionalismo, sentía repugnancia, tal era su antipatía y oposición,
hacia la metafísica y hacia toda religión, y por eso se opone a la
corriente dominante en el pensamiento de su tiempo: a la mística
neoplatónica adoptada por el cristianismo.
“Todo
lo que enturbia el pensamiento, decía, se traduce en actos ridículos
o nocivos”, y disipar lo que llamaba las brumas metafísicas, le
parecía la tarea más importante de la civilización. Para él, la
religión es, aún entre los mejores, una exaltación desagradable,
esperanzas vanas, creencias necias, mentira. Considera la irreligión
(la falta de religión) como el verdadero signo de la cultura
griega.
Luciano
perdura, sobre todo, por sus dotes de escritor, que adquirió notable
popularidad a partir de los días del Renacimiento; pero las
vicisitudes de su fama no fueron pocas en su época, al colocarse de
frente y decididamente en contra del cristianismo. No resulta extraño,
por tanto, que, a pesar de su fama y popularidad, no se ha podido
encontrar un solo papiro de Luciano. Ha sido una práctica constante
de los cristianos hacer desaparecer las fuentes originales de donde
copian o las que contienen todo lo que los adversa. Recuerden que
solamente en la biblioteca de Alejandría fueron quemados, de un solo
golpe, los más de 500 mil rollos de papiro que contenía la primera
vez que fue quemada, sin contar los que fueron quemados en otras dos
ocasiones, además de la primera, antes de hacerla desaparecer
definitivamente. Y de las tres veces que fue quemada, hasta su
desaparición definitiva, las dos primeras veces, en el año 272 de
n. e. y en el año 391 de n. e., fueron los cristianos los autores
responsables de la destrucción de esta forma portentosa de
almacenamiento de la memoria de los conocimientos adquiridos por la
humanidad. En la primera ocasión fue por orden del emperador romano
Aureliano, y en la segunda ocasión fue por orden de Teodosio I, fanático
defensor del dogmático cristianismo, por lo que persiguió a los
arrianos y la práctica de la vieja religión pagana romana de forma
violenta y criminal.
Diálogos
de Luciano de Samosata
Prometeo
o el Cáucaso
Prometeo,
encadenado en el Cáucaso por órden de Júpiter, se defiende de los
cargos que se le hacían y motivaron su suplicio, ante Mercurio y
Vulcano, los ejecutores de la sentencia.
Dice
Prometeo: “…..Se me acusa de que hice a los hombres, que para
nada hacían falta, dicen los dioses, y que he robado el fuego de
los dioses para dárselo a ellos.”
“Esto,
-dice Prometeo dirigiéndose a Mercurio-, tiene una doble inculpación,
y no sé yo por cual de ellas es por la que más me recriminas: me
pregunto ¿no convenía en absoluto haber creado los hombres, y
hubiera sido mejor dejarlos quietos, no siendo otra cosa que tierra
sin elaborar, o, en cambio, convenía haberlos creado, pero dándoles
otra forma y no las que yo les di? De ambos extremos voy a tratar.
Pero antes procuraré demostrar: primeramente, que ningún perjuicio
han tenido los dioses con que los hombres vengan a la vida; y después
voy a demostrar que ha sido esto mucho más ventajoso y útil para
ellos que si hubiera continuado la tierra yerma y desierta de
hombres.”
“En
otro tiempo, y así se verá más fácilmente si he faltado en algo
al inventar e introducir la novedad de los hombres, existía sólo
el linaje divino y celestial. La tierra era cosa inculta, informe,
cubierta toda de bosques, y éstos salvajes: no había altares
erigidos a los dioses, ni templos -¿Cómo había de haberlos?-, ni
estatuas, ni imágenes, ni cosa ninguna de las que ahora se ven por
todas partes veneradas con singular devoción.”
Antes
de seguir la lectura, adviertan junto conmigo, que el mito de
Prometeo da por descontado que el hombre se hizo hombre cuando el
trabajo puso a pensar al hombre, antes de eso era una criatura
salvaje más. Al dejar de ser salvaje es cuando erige templos,
altares para rendir culto a los dioses, antes no. Entonces, si el
hombre no pensara, ¿tampoco habría dioses que adorar?
Prosigamos.
Continúa diciendo Prometeo: “yo, que siempre velo por el bien común,
y que medito la manera de engrandecer el culto de los dioses y que
todo crezca en ornato y hermosura, pensé que haría muy bien, si
tomando un poco de barro, modelaba ciertos seres, dándoles formas
semejantes a las nuestras: me parecía, en efecto, que le faltaba
algo a la divinidad, no habiendo algún otro ser que le fuese como
opuesto, y cuya comparación hiciese resaltar su mayor dicha: por
eso hice al hombre mortal (Prometeo quiere decir que el hombre
semejante a los dioses pero mortal, era el opuesto inferior a los
dioses que son inmortales con quienes se podría, al compararlos,
destacar la superioridad de éstos último, nota nuestra), si bien
ingenioso, inteligente y capaz de percibir el bien”. Prometeo
destaca que los dioses sólo podían resaltar su superioridad si
eran comparados con una criatura hecha a su semejanza.
Los
llamo a que noten que, de acuerdo a esta narración, el dios judío-cristiano
no fue el primero que cogió barro para crear al hombre; la idea, al
parecer, la copió de Prometeo, pues la civilización helena o
griega se encontraba en pleno sistema esclavista cuando los judíos
eran todavía tribus salvajes que apenas habían iniciado el tránsito
del matriarcado al patriarcado.
Ahora
bien: -continúa Prometeo su argumentación-, “mezclé tierra y
agua, la amasé y formé a los hombres, llamando a Minerva para que
me ayudara en la obra.” (Minerva es la diosa de la sabiduría y la
razón. Prometeo está diciendo que le dio sabiduría y razón a su
creación la humanidad, nota nuestra).
“Este,
es mi gran crimen para con los dioses –dice Prometeo-. Ya vez que
gran perjuicio: que he hecho con tierra unos vivientes, y le he dado
movimiento a lo que antes no lo tenía. Parecería que desde
entonces los dioses son menos dioses, porque haya sobre la Tierra
unos seres mortales. Por eso se ha ofendido Júpiter, como si los
dioses hubieran venido a menos desde el nacimiento de los hombres. A
menos que teman que también éstos tramen una conspiración contra
él, (contra Júpiter), y declaren la guerra a los dioses, como los
gigantes.” Estas palabras de Prometeo, hoy, pueden considerarse
una profecía, pues es, justamente, lo que ha sucedido, el hombre se
ha convertido en un gigante, y ha desafiado, no sólo a Júpiter,
sino al Olimpo con todos sus dioses.
“Es,
sin embargo, notorio -prosigue Prometeo- que en nada habéis sido
injuriados por mí, oh Mercurio, ni por mis hechuras; y si no, demuéstrame
lo más mínimo en contrario, y sellaré mis labios sufriendo con
resignación el rigor de vuestra justicia.”
“Que
esto ha sido beneficioso para los dioses lo comprenderás si miras
la Tierra no ya desierta y fea, sino hermoseada con ciudades, campos
cultivados y plantas delicadas, el mar surcado por las naves, las
islas habitadas, y por donde quiera altares, sacrificios, templos y
festividades; “las calles están llenas de Júpiter, y las plazas
de hombres”. Si esta adquisición la hubiera hecho para mí solo,
me aprovecharía de ella para mi uso particular; pero llevándola a
la comunidad, la establecí para todos vosotros. Es más, por todas
partes se ven templos levantados a Júpiter, a Apolo, a Juno y a ti,
Mercurio; pero ninguno a Prometeo. Ya ves como no atiendo tan sólo
a mi conveniencia, haciendo traición y menoscabando la de los demás.”
“A
mayor abundamiento, oh Mercurio, considera si, a tu parecer, un bien
sin testigos, ya sea una propiedad o una obra de arte, que nadie ve
y nadie alaba, puede ser igualmente dulce y agradable a aquel que lo
posee. ¿Qué quiere decir esto?, se pregunta a sí mismo Prometeo,
que si los hombres no hubieran sido creados, permanecería sin
testigos la hermosura del Universo y disfrutaríamos de una riqueza
que nadie admiraría, ni estimaríamos tampoco nosotros mismos,
porque no tendríamos otra inferior con que compararla: no
comprenderíamos cuánta es nuestra felicidad, si no viésemos a
otros que carecen de ella: así como también se demuestra que una
cosa es grande, si la medimos con otra pequeña. Vosotros, sin
embargo, en vez de decretarme honores por este acto de buen régimen,
me crucificáis en una roca, correspondiendo de este modo a mis
designios.”
“Pero
hay muchos malvados, dices, entre ellos (se refiere entre los
humanos, nota nuestra): cometen adulterios, se hacen la guerra, se
casan con sus hermanas y ponen asechanzas a sus padres. ¿Pues no
hay también entre nosotros gran copia de estos vicios? ¿Y habría
de culparse por esto a Urano y a la Tierra de habernos creado? Según
el relato de Luciano Prometeo se hace estas interrogantes, pero
nosotros por nuestra parte preguntamos a su vez: Si los dioses
copiaron los vicios de los humanos, entonces, ¿fueron los humanos
los que crearon a los dioses a su imagen y semejanza, atribuyéndole,
de paso, todos sus vicios y virtudes?
Continuemos.
-Dice Prometeo-: “Pero acaso digas que es mucho esfuerzo para
nosotros los dioses tener que mirar por ellos. Si a esto vamos, quéjese
también el pastor de tener rebaño, porque le es preciso cuidarlo:
si esto le es trabajoso, también por otro lado le es útil, y esta
ocupación le proporciona una manera de vivir que no es
desagradable. ¿Qué haríamos, pues, nosotros, si no tuviésemos
por quien velar? Viviríamos en la ociosidad, bebiendo néctar y
llenándonos de ambrosía, sin ningún otro quehacer.”
“Y
lo que más me irrita es que, -enfatiza Prometeo- censurándome el
haber hecho a los hombres y, sobre todo, a las mujeres, las amáis
no obstante, bajáis sin cesar a la Tierra, convertidos en toros, en
sátiros y en cisnes, y no os desdeñáis de tener dioses de ellas.
Podías, me dirás acaso, haber formado los hombres, de otra manera
y no semejantes a nosotros. ¿Y que otro modelo mejor que este me
había de proponer cuando lo considero enteramente hermoso? ¿Debería
haber formado un animal privado de razón, fiero y salvaje? ¿Cómo
harían sacrificios a los dioses y os tributarían tantos otros
homenajes, si no fueran como son? Con todo, cuando os ofrecen
hecatombes no tardáis en presentaros, aun teniendo que atravesar el
océano ante "los valientes etíopes", y a mí, que os he
proporcionado estos honores y estos sacrificios me crucificáis en
esta roca.
Sea esto bastante respecto de los hombres. Y paso ya, si
1o llevas a bien a hablar del fuego y de ese tan reprobado hurto.
Respóndeme, por los dioses, a esto sin tardar: ¿hemos perdido
nosotros algo del fuego desde que lo tienen los hombres? No podrás
decirlo: tal es, a mi juicio, la naturaleza de esta posesión que no
decrece porque otro tome parte de él: el fuego no se extingue
porque con él se encienda otro fuego. Es, pues, envidia manifiesta
eso de prohibir a los que lo necesitan que participen de un bien con
el cual vosotros no salís perjudicados: siendo, como sois, dioses,
es preciso que seáis buenos, dispensadores de beneficios y ajenos a
la envidia. Aunque os hubiese robado todo el fuego para bajarlo a la
Tierra, sin dejaros absolutamente nada, no os hubiera perjudicado
gran cosa, porque para nada os hace falta, no teniendo que freír ni
que cocer ambrosía ni necesitando de luz artificial. Los hombres,
por el contrario, usan por necesidad el fuego para todo, y
principalmente para los sacrificios, para perfumar las calles con el
olor de la grasa, para quemar el incienso y para asar las piernas de
las víctimas sobre los altares. Por cierto que me doy cuenta,
cuanto os deleita ese vapor, y cómo tenéis por un manjar exquisito
el aroma que remonta hasta el Cielo, "girando entre columnas de
humo". La censura
está, por tanto, en abierta oposición con vuestros apetitos. Y me
admira que no hayáis prohibido también al Sol que los alumbre;
pues, su fuego es mucho más divino y más flagrante: ¿O le acusáis
también como si dilapidase vuestras propias pertenencias? He dicho.
Vosotros, Mercurio y Vulcano, si en algo os parece que no he hablado
bien, corregidme y objetadme, que yo volveré en defensa de mi
causa.”
Responde
Mercurio.- “No es fácil, Prometeo, contender con tan poderoso
sofista. Mas, congratúlate de que Júpiter no haya oído tu
discurso, porque estoy seguro de que manda contra ti dieciséis
buitres que te saquen los intestinos; con tal rigor le has atacado,
a pretexto de defenderte. Y lo que me maravilla es que, siendo
adivino, no previeses que ibas a sufrir este castigo.
Prometeo
le contesta a Mercurio: “Lo sabia, Mercurio, como se también que
he de recobrar la libertad: ya vendrá pronto de Tebas un amigo tuyo
que matará de un flechazo a esa águila que dices.” Es decir,
Prometeo profetiza que la humanidad tarde o temprano conquistará el
reino de la libertad.
¿Qué
les parece? Espero que les haya gustado. |