|
La batalla por los símbolos patrios: El
himno nacional de la República Dominicana
Amigos de “Luz Más Luz” que hoy nos acompañan y
a todos los que lo hacen por primera vez:
La cruz y la Biblia, como la palabra dios que
hoy se incluye en el escudo dominicano para vergüenza nuestra,
fueron impuestas en este escudo por la secta cristiana llamada
iglesia católica, como parte de su invariable e intransigente labor,
en defensa de los intereses de las clases opresoras de la época de
la naciente República Dominicana, que trabajaban, como lo hacen
todavía, para vender el país a los colonialistas, en aquel entonces,
franceses o españoles, y su inclusión fue la expresión de cómo
fueron arrebatándole al negro y mulato criollo cada una de sus
conquistas democráticas con la intención del restablecimiento
definitivo de la esclavitud. Tan es así, que ese escudo, fue
modificado quitándole la biblia y la cruz que originalmente no
tenía, durante la guerra llamada de la “Restauración” en contra del
invasor colonial español y que reivindicaba el regreso a la libertad
de todo el pueblo dominicano sin distinción de raza o de fortuna e
independencia de toda potencia extranjera.
Pero los avatares de la iglesia cristiana
católica frente a los movimientos por la independencia en América y
a favor del esclavismo y el colonialismo, no se redujeron a las
escaramuzas producidas en cada país de manera particular. La Santa
Sede, como tal de la iglesia cristiana católica, desató una feroz y
violenta ofensiva contra todos los movimientos por la independencia
y, después, contra todas las nuevas repúblicas americanas. Estas
turbulentas relaciones son descritas de manera breve pero muy
elocuente por la periodista Mercedes Balech en un artículo publicado
en un compendio sobre “El Opus Dei y la restauración católica”, que
precisamente tituló: “Las relaciones turbulentas entre la Santa Sede
y el Estado argentino”, y en dicho artículo cita dos encíclicas
emitidas por la Santa Sede enfrentando y “satanisando” los
movimientos revolucionarios independentistas en América y a las
repúblicas surgidas de ellos.
Antes de proseguir, se hace necesario recordar,
que el actual papa Wojtyla, Juan Pablo II, el que irónicamente
todavía (para esta época) sigue vivo por obra de la ciencia y no de
su dios pues, lo tienen recluido en un centro de salud donde se pone
en práctica la ciencia médica y no en una iglesia o catedral, que es
donde se celebran los actos supersticiosos de adoración a su dios,
utilizó al Opus Dei como punta de lanza para imponer el
fundamentalismo restaurador en la iglesia cristiana católica de
Roma, correlativo de los movimientos del fundamentalismo cristiano
evangélico e islámico.
La iglesia cristiana católica
declara heréticos los movimientos por la Independencia en América
El artículo de la periodista Balech dice: “En
ocasión de las guerras independentistas, la Santa Sede puso en
marcha una violenta oposición a través de dos encíclicas, emitidas
en 1816 y en 1824. La primera fue expedida en el peor momento de las
luchas de independencia, dando posiblemente por segura su derrota.
En 1816, cuando iba a reunirse el Congreso de Tucumán, acicateados
sus miembros por José de San Martín y Manuel Belgrano en vista a la
formal declaración de Independencia argentina, la Santa Sede expide
la citada Encíclica condenatoria de 1816.”
“Entre otras consideraciones se expresa en esa
encíclica de 1816 lo siguiente: “Y como sea uno de los más hermosos
y principales preceptos el que prescribe la sumisión a las
autoridades superiores, (recuerden ustedes que se trata de la carta
a los romanos I, 13, de Pablo de Tarso, nota nuestra) no dudamos que
en las conmociones de esos países que tan amargas han sido para
nuestro corazón no habréis cesado de inspirar a vuestra grey el
justo y firme odio con que debe mirarles”. En esa línea de defensa
del absolutismo y de la política de la Santa Alianza, el Papa llegó
a otorgar ciertas rentas eclesiásticas para ayudar a equipar la
escuadra que se aparejaba en Cádiz contra Buenos Aires.”
“La segunda encíclica resultó francamente
inoportuna, pues ya el triunfo de las nuevas naciones era inevitable
y la Batalla de Ayacucho lo consolidaba definitivamente. Dice parte
de esa encíclica de 1824: “Como que conocemos muy bien los graves
perjuicios que resultan a la religión, cuando desgraciadamente se
altera la tranquilidad de los pueblos. En consecuencia, no podemos
menos de lamentarnos amargamente, ya observando la impunidad con que
corre el desenfreno y la licencia de los malvados; ya al notar cómo
se propaga y cunde el contagio de libros y folletos incendiarios, en
los que se deprimen, menosprecian e intentan hacer odiosas ambas
potestades, eclesiástica y civil, y ya por último viendo salir, a la
manera de langostas devastadoras de un tenebroso pozo, esas Juntas
(se refiere a las juntas gubernativas como la que se formó el 27 de
Febrero de 1844 al ser proclamada la Independencia dominicana y que
fueron la forma de gobierno que se dio en casi todos los países de
América al momento de ser declaradas la independencia del coloniaje
español, nota nuestra) que se forman en la lobreguez de las
tinieblas, de las cuales no dudamos en afirmar con San León Papa,
que se concretan en ellas como en una inmunda sentina, cuanto hay y
ha habido de más sacrílego y blasfemo en todas las sectas
heréticas”. Posteriormente tratarían de no difundir esta encíclica,
pues de ahí en adelante pasó a ser relevante para la Santa Sede la
preparación, en las mejores condiciones para la Iglesia, de las
relaciones con los nuevos Estados, tarea que no resultó fácil.”
Y pensar que en la República Dominicana de hoy
apareció alguien, cuyo nombre no merece ser recordado, dada su
ignorancia supina y perversa, que tuvo la osadía de afirmar que las
encíclicas no se equivocan. ¡Qué les parece a ustedes!, porque a
juzgar por estas dos, el dogma ese de la infalibilidad queda muy,
pero muy mal parado.
Es evidente que estas encíclicas no fueron
escritas para el caso particular de Argentina, por lo que nadie
puede negar hoy que haya sido una muy justa decisión del fundador de
la República de Haití, Jean Jacques Dessalines de haber arrancado el
color blanco de la bandera tricolor francesa, en aquel histórico
acto en 1804 cuando proclamara la Independencia de este país, la
primera proclamación de independencia que se hiciera en América, por
representar, ese color blanco, la esclavitud, el absolutismo real y
el clericalismo de la iglesia católica. Como nadie puede negar,
tampoco, que la introducción del color blanco en forma de cruz en la
bandera dominicana, represente la tentativa de los hijos de padres
esclavistas y colonialistas españoles en restablecer los viejos
privilegios alcanzados durante la era del colonialismo español con
esa santísima cruz blanca. Y nadie puede negar hoy, que esa cruz,
durante siglos, no ha sido factor de armonía ni de fraternidad entre
blancos y negros en la colonia española de Santo Domingo, sino todo
lo contrario.
Aún después de la fundación de la República
Dominicana, esa cruz presidió los fusilamientos de los negros
patriotas, de María Trinidad Sánchez y Francisco del Rosario
Sánchez, Gabino y José Joaquín Puello y otros más. Y si algo le ha
quedado claro a los pueblos del mundo en su lucha en los últimos 200
años, ha sido que la lucha contra la opresión colonial, contra el
racismo, contra la explotación capitalista, contra el imperialismo,
ha tenido que enfrentar adversarios, que en defensa de estas
oprobiosas pretensiones, han levantado como estandarte la cruz del
cristianismo.
Sobre la amoralidad de las religiones
Sobre los negocios de la iglesia cristiana
católica como consorcio imperio capitalista y como agencia política
a favor, hoy, del neoliberalismo y la globalización como lo ha sido
siempre de la esclavitud y de todo tipo de vasallaje y colonialismo,
y para que se vea que no se trata de una opinión muy particular
nuestra, le vamos a citar, a manera de ejemplo, el juicio, dentro de
los miles y miles que se podrían citar, de un reconocido escritor
inglés llamado David Yallop, famoso por su libro “En nombre de
dios”, en donde este autor señala que el papa Juan Pablo I, el
antecesor del actual Juan Pablo II, no murió de muerte natural como
dijera el Vaticano, sino que fue asesinado. Yallop en ese libro
denuncia que se canalizó en la década de los 80 del siglo XX, del
siglo pasado, de manera secreta e ilegal desde el Vaticano hasta la
organización política anticomunista polaca llamada Solidaridad,
dirigida por Lech Walesa, una cantidad de dinero tal que superó en
mucho los 100 millones de dólares, para sufragar las actividades de
esta organización, opinando Yallop, que si bien las personas que
sintieran una fuerte simpatía por Solidaridad probablemente
aprobaron esta actitud, eso en nada soslaya el hecho, de que
interferir en los asuntos de otro país es crear un peligroso
precedente, donde el hecho de jugar a ser dios, aunque se trate del
papa, dice Yallop, en este caso se refería al que todavía hoy lo es,
Karol Wojtyla que es el nombre de Juan Pablo II, es ilegal además de
hipócrita, en el sentido de que, en tanto Karol Wojtyla regañaba
públicamente a los curas sandinistas por inmiscuirse supuestamente
en la política de Nicaragua porque apoyaban, en ese país
centroamericano, a la llamada revolución sandinista a la que se
acusaba de comunista, él, Wojtyla, se inmiscuía costeando de manera
millonaria, en la política polaca a favor de los sectores
anticomunista. Estas opiniones son lo suficientemente elocuentes por
sí mismas. ¿Se han detenido ustedes a pensar en esto?
Se lo haya propuesto o no, Yallop, deja bien
claro una cosa, el objeto, entiéndase el propósito, la finalidad de
la religión ritual y dogmática, como lo es toda religión, está muy,
pero muy alejado del objeto o la finalidad de la moral, es muy
distinto. A la religión le importa poco que el hombre que la profese
sea bueno o malo, sea o no virtuoso, respete o no la ley, siempre y
cuando esté sometido a ella (a la religión), adore a su dios y le
dedique ofrendas. Por eso la religión es amoral, es decir, no tiene
moral. Fíjese que decimos con precisión la palabra amoral, no
estamos diciendo inmoral, porque inmoral es lo que transgrede,
quebranta, la moralidad que se tiene previamente. Pero amoral
significa que no tiene moral. La religión no tiene moral porque para
la religión sólo es válido lo que tiene que ver con la adoración de
su dios que es su negocio particular, lo que está contrapuesto
diametralmente a la moral social, fundamentada en el interés de los
miembros de la sociedad humana y que cuenta con las sanciones
aplicadas por esta sociedad cuando se violan los intereses de los
miembros de la misma, que son los seres humanos que conforman esta
sociedad.
El Himno Nacional de la República
Dominicana y las adulteraciones del oscurantismo religioso feudal y
la opresión nacional de los símbolos patrios
Pero donde la batalla por los símbolos patrios
dominicanos ha dejado claramente el sello de las fuerzas opuestas al
oscurantismo religioso feudal y a la opresión nacional de las
potencias colonialistas y expansionistas sin que estas fuerzas hayan
podido adulterarlo en su esencia, es en el actual himno nacional,
escrito por Emilio Prud’homme en 1843, quien respondió a la
solicitud que en tal sentido le formulara el que luego compusiera su
música, el maestro José Reyes.
En este himno, en todas sus estrofas, queda
establecido que sólo el pueblo quisqueyano, óigase bien, quisqueyano,
es el artífice de su libertad y su Independencia. Todo ese arsenal
de disparates oscurantistas religiosos, como lo de dios, la virgen,
los milagros, el todo poderoso, etc., son dejados en el zafacón de
la historia, no se les menciona. Veamos:
“!Quisqueyanos! valientes alcemos
nuestro canto con viva emoción,
y del mundo a la faz ostentemos
nuestro invicto, glorioso pendón.
¡Salve! el pueblo que, intrépido y fuerte,
a la guerra a morir se lanzó,
cuando en bélico reto de muerte
sus cadenas de esclavo rompió.
Obsérvese, que dice la poesía patria, que es el
pueblo el que rompe las cadenas, no ningún redentor supremo, ni rey,
ni dios. Y nótese que Emilio Prud’homme llama a los dominicanos
quisqueyanos, ¿sabe por qué? Más que nada, rompiendo con el
convencionalismo de llamar a los nacionales dominicanos por ese
patronímico, que por su condición clerical católica aludiendo al tal
Santo Domingo de Guzmán, Emilio Prud’homme rechaza, y adopta,
entonces, el nombre de Quisqueya y de quisqueyanos para designar a
los habitantes de la antigua colonia española de la isla de Santo
Domingo y saldar cuentas con el viejo colonialismo español. Con esto
deja reivindicado Emilio Prud’homme uno de los nombres que se dice
la exterminada raza indígena utilizaba para designar a esta isla, y
al mismo tiempo reivindicar en el pueblo, que se libera del yugo
español, no su origen hispánico por la lengua, raza, costumbres,
creencias, etc., sino su origen de pueblo continuador de las
valientes luchas por la libertad de la raza indígena.
Ningún pueblo ser libre merece
si es esclavo, indolente y servil;
si en su pecho la llama no crece
que templó el heroísmo viril.
Mas, Quisqueya, la indómita y brava
siempre altiva su frente alzará;
que si fuere mil veces esclava
otras tantas ser libre sabrá.
No es de extrañar, que la propuesta de Himno
Nacional de Emilio Prud’homme como símbolo patrio, en el 1883, no
sólo que ganó el concurso nacional celebrado para escoger la canción
patria que representaría a los dominicanos, pues hasta ese momento
lo que se usaba como tal era la Marsellesa francesa, sino, que la
iglesia cristiana católica, a través de los monseñores Nouel y
Meriño apoyándose en déspotas sanguinarios como Ulises Heraux (Lilís),
trató de impedir que se oficializara con carácter obligatorio.
Finalmente, en 1933, el gobierno del dictador Rafael Leonidas
Trujillo Molina, se vio en la obligación de reconocerlo como Himno
oficial de la República Dominicana, pero mutilándolo hasta dejarlo
sólo en las 4 primeras estrofas, cuando el himno original tiene 12
estrofas.
Quizás muchos dominicanos no conozcan estas
estrofas mutiladas de su Himno Nacional que dicen así:
Que si dolo y ardid la expusieron
De un intruso señor al desdén,
¡Las Carreras!, ¡Beler! … campos fueron
que cubiertos de gloria se ven.
Que en la cima del heroico baluarte
de los libres el verbo encarnó,
donde el genio de Sánchez y Duarte
a ser libre o morir enseñó.
Obsérvese que Emilio Prud’homme destaca la
figura de Sánchez como cimera en la lucha por la Independencia de la
República Dominicana contra los haitianos y como nación libre e
independiente de toda potencia extranjera, incluso por encima de
Duarte. Sánchez fue sin lugar a dudas el líder que representaba
dentro del frente patriótico por la Independencia, los intereses y
anhelos de la gran masa de negros esclavos y mulatos criollos que
conformaban, y aún conforman, la mayoría de la población dominicana.
Y así lo demostró al comportarse como el más decidido de todos los
líderes de ese frente patriótico. Colocar a Duarte, el representante
de los criollos hijos de esclavistas españoles por encima de Sánchez
es una manipulación más de las que han perpetrado los grupos
explotadores, como esas otras de la cruz, la biblia y la palabra
dios en el escudo, en su afán de arrebatarle a la población
trabajadora las conquistas democráticas republicanas, manipulación
que se ha perpetrado, básicamente, a través del brazo
político-ideológico de esos sectores en este país, como lo ha sido
en casi todos los países de Latinoamérica, que no es otro, que la
iglesia cristiana católica, por lo que muchos entendidos consideran
al Estado dominicano como un Estado teocrático al ser oficializada
esta condición de la iglesia cristiana católica mediante un
Concordato firmado por el dictador Trujillo y el papa de Hitler Pío
XII en representación del Vaticano, vigente todavía a pesar de ser
ilegal, ilegítimo e inconstitucional.
Y si pudo inconsulto caudillo
de esas glorias el brillo empañar
de la guerra se vio en Capotillo
la bandera de fuego ondear.
El inconsulto caudillo a que se hace referencia
en estos versos es a Pedro Santana quien formaba parte del frente
patriótico por la Independencia pero con el propósito de lograr la
separación de Haití para entregar el país a una potencia
colonialista esclavista, fuera Francia o España, que impusiera el
esclavismo, propósito que terminó alcanzando al anexar, en el año de
1861 a la España colonialista negrera la naciente República.
Y el incendio que atónito deja
de Castilla al soberbio león,
de las playas gloriosas le aleja
donde flota el cruzado pendón.
¡Compatriotas!, mostremos erguida
nuestra frente, orgullosos de hoy más;
que Quisqueya será destruida
pero sierva de nuevo, ¡jamás!
Que es santuario de amor cada pecho
do la patria se siente vivir,
y es su escudo invencible, el derecho;
y es su lema: ser libre o morir.
¿Por qué la amputación de las lecciones de
educación política de enorme significado, concentradas en esas
estrofas que hoy no se cantan del Himno Nacional dominicano, de
enorme significado para el futuro histórico como son esos versos que
dicen “y es su escudo invencible el derecho; y es su lema ser libre
o morir”? Y la respuesta a esta preguntan está contenida en otra
pregunta, ¿Puede la dictadura de las clases explotadoras, aún las
más democráticas, postradas todas a los intereses antinacionales
extranjeros, de ayer y de hoy, inculcar en la población oprimida un
tema o consigna de esta naturaleza sin verse expuesta a continuas
sublevaciones? La democracia burguesa, recordemos, no es más que la
proclamación de un conjunto de derechos cuya realización dentro del
marco del capitalismo es tan sólo condicional y precaria.
La amputación de estos versos, por tanto, no fue
un capricho del tirano sanguinario Trujillo, ni una necesidad
estética, artística, para no alargar y hacer aburrido el Himno
Nacional escrito por Emilio Prud’homme. Jamás debemos olvidar que en
la sociedad de clases todo arte es reflejo de una línea política de
clase. Este himno correspondía al arte y literatura de la burguesía
dominicana en una fase histórica ascendente, revolucionaria, en la
cual era capaz de expresar frente a las potencias coloniales
imperialistas las más audaces consignas para unificar a toda la
nación. Pero ya, en 1933, se trataba de una intelectualidad
adocenada, prestas a las componendas con el dictador Trujillo y con
la misma iglesia cristiana católica y el imperialismo
norteamericano.
Las dos últimas estrofas del Himno Nacional
dominicano o quisqueyano son las siguientes:
¡Libertad! que aún se yergue serena
la Victoria en su carro triunfal,
y el clarín de la guerra aún resuena
pregonando su gloria inmortal.
¡Libertad! que los ecos se agiten
mientras llenos de noble ansiedad
nuestros campos de gloria repiten
¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Libertad!
Pero hoy, los que orquestan desde la cúspide de
las clases dominantes y desde sus círculos, que operan como su
estado mayor, como sería la iglesia cristiana católica, en medio de
su orgía de saquear y depredar la nación dominicana, dicen que los
símbolos patrios, los adulterados y falsificados que se nos imponen
en la actualidad, como la bandera y el escudo, deben ser venerados,
honrados y exaltados. Dicen que encarnan la nación dominicana y
llegan a hacer creer que esos símbolos falsificados, verdaderos
cascarones vacíos, son los genuinos y originales, cuando los
testimonios históricos muestran otra cosa muy distinta contrapuesta
a los siniestros fines que tratan desesperadamente seguir ocultando.
Y estos símbolos huecos, que sólo sirven para
encubrir las impudicias de los desvergonzados que siempre han
conspirado sin haber sido castigados como se merecen, pues la
bandera original de la Independencia que identifica, por ejemplo, a
Francisco del Rosario Sánchez y a María Trinidad Sánchez no tenía el
infame símbolo de la cruz cristiana, como tampoco tenía la
supersticiosa y retardataria inscripción, hipócrita y hueca de dios,
patria y libertad, como tampoco aparecía en la bandera ese amasijo
de ignominia y opresión para la santificación y sublimación como
sagrado, santo o divino a la esclavitud, a la explotación y a la
opresión bajo la ignominia del oscurantismo, como es la biblia
cristiana, llegará el momento en que serán reivindicados por los
reales símbolos que representan la lucha del pueblo dominicano, ayer
y hoy, por la libertad y la democracia, bajo el signo de la
independencia, que haga posible en el país el ejercicio de la
autodeterminación del pueblo dominicano y la soberanía nacional. |