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EL MITO DE JESUS
Desde el 4 de abril del 2004, domingo, se
conmemoró, otra vez, la falaz e inventada por intereses tan espurios
como oscurantistas y estafadores, la supuesta semana en que el
imaginario Jesús de Galilea, supuesto hijo de un imaginario dios,
que sería él mismo a la vez, lo mismo que su santísimo espíritu, que
también sería algo diferente, según se inventara un hereje llamado
Orígenes, habría sido juzgado, condenado, crucificado, torturado y
muerto para resucitar conforme la supersticiosa y cabalística
creencia de la secta de los fariseos dentro del templo de los
judíos, que era el centro del Poder del Estado de Israel al momento
de consolidarse y expandirse el Imperio Romano que, siendo fundado
en el año 27 antes de esta era, para el 0 ó el 1 de la era presente,
así como por 4 siglos más, se encontraba en pleno apogeo y bien
lejos de su decadencia.
Ya, por el solo hecho de atribuirle tantas
inaceptables e inverificables cualidades, se ve a las claras que es
un tremendo engaño, basado en innumerables disparates, ninguno de
los cuales puede ser demostrado, así como ni práctica ni
razonablemente comprobado.
De ahí que en esa fábula se cree por
autoengaño, por ignorancia, por infamia, por angustia o por miedo,
si no por todas y cada una de estas cosas a la vez. Y es a ese
amasijo de infamias, operando como una sola fuerza ciega, a lo que,
para avalar ese estado de enajenación en que cae la persona o grupo
de personas que se inclinan a identificarse con él (con el amasijo
ese), se ha inventado lo de: en esto se cree por fe. Y ese
autoengaño patológico de carácter alienante o de locura, es lo que
en realidad constituye eso que, para justificar y explicar lo
insólito dentro del campo de las fantasías mágico-religiosas, han
dado en llamar fe. En términos sencillos: otro gran disparate.
El tal Jesús en realidad nunca existió. Del
mismo modo que de ningún pecado jamás nos liberó, ni nos ha liberado
ni nos liberará.
Farsantes han existido y existirán siempre. Del
Jesús ese no decimos que fue un farsante, farsantes son los que se
lo inventaron y siguen con la farsa. En lo que respecta al mundo
judío, en el que el fantasioso engaño ubica el nacimiento, aparición
y muerte del tal Jesús, allí siempre se ha estado, y en eso se sigue
todavía, a la espera de un salvador, de un enviado, de un cristo,
que es la palabra griega con que se dice Mesías, de su dios egoísta
criminal, vengativo y sanguinario Jehová, Javeh, Elí, etc., que se
ponga al frente de imaginarios ejércitos celestiales de ángeles
guerreros que destruirán sin piedad y con fuego a sus enemigos e
impondrán la hegemonía de los judíos. Del mitológico invento terminó
por apropiarse, como de todo en esa época, el mismo Imperio Romano,
igual a como hace hoy el imperialismo norteamericano, que según la
leyenda lo mató, pero que, como la historia la escribe el ganador y
no el derrotado, se ha creado la otra leyenda, como obra de las
mercenarios del imperio, que aún perdura y por la que han muertos
asesinados tantos millones de seres humanos por los cristianos,
sobre todo por los sectarios seguidores del catolicismo, a quienes
en saña criminal los disidentes protestantes siempre han querido
igualar y hasta superar, que si, desde la época del estafador Pablo
de Tarso, a quien se atribuye la creación de la religión
cristiana, hasta el día actual se reparten por años los muertos,
se tiene que a cada año le correspondería poco más de 150 mil
muertos asesinados anualmente.
La estafa que gira alrededor de Jesús el cristo
se cimienta en colocar lo ilusorio en lugar de lo real. Y de lo
ilusorio, caracterizado esto por un conjunto de cualidades virtuosas
o atributos ideales, se erige a su vez un modelo, un estándar, un
arquetipo, o como les gusta cacarear a los súbditos lacayos del
neoliberalismo, un paradigma. Así se erige el mito de Jesús y por
ello se dice que es un sincretismo irreal. Y cuando al mitológico
personaje se le hace nacer o se le pone a actuar, las
contradicciones abundan hasta el punto de no poder soportar el peso
de la verificación elemental que propicia, por ejemplo, la exégesis
histórica, que sería equivalente a la comprobación, a la luz de los
hechos y las realidades, de lo que se dice o se le atribuye al mito
Jesús.
Si se toman los llamados textos canónicos u
oficiales del cristianismo, que serían los llamados 4 evangelios que
oficializó el sanguinario emperador romano Constantino I, se verá
que de farsa en farsa se llega a la ridiculez.
Que el enviado de Elí, de Javeh o de Jehová fue
concebido por obra y gracia del Espíritu Santo se dice, y que la
madre que lo parió siguió siendo virgen al ser preñada, mientras
estuvo preñada y aun después que lo parió. Sin embargo, como los
mitos se nutren de hechos reales, distorsionados, embellecidos o
disfrazados, lo que sí se sabe es que los grupos de fanáticos que
clamaban y preparaban la llegada de Cristo se dedicaban a la
celebración de orgías, pues eran practicantes del amor en grupo o
colectivo, estimulado por el consumo masivo de los llamados tés de
hongos divinos, como sucede con el denominado amanita muscaria, de
efectos alucinógenos fulminantes, de hachís y del té de campana,
entre muchos otros productos alucinógenos. Y otros evangelios
tenidos por inaceptables entre los oficialistas del cristianismo y
llamados apócrifos, recogen este hecho en otra forma mitológica
diferente, y dan cuenta que, después de una gran orgía, a la que
María de Magdala era asidua asistente y a quien le atribuyen ser la
verdadera madre de Jesús, después de una intensa actividad
orgiástica, tan de moda hoy día, alucinó ver a San Gabriel, que
según esta leyenda sería santo aún antes, muchos siglos antes, del
surgimiento del cristianismo, y que ese santo, que surgió no se sabe
como, cuándo ni de donde, le habría advertido que estaba preñada.
Y María ni se extrañaría, pues es lógico que de
tan variada e intensa actividad, lo más natural es que terminara
fecundada.
Este podría ser un hecho real escogido para,
sobre él, construir la leyenda.
Así, ni hombre, ni hijo, hijo de dios y mucho
menos dios, y espíritu santo. ¿Quién diablos ha podido ver nunca a
un espíritu fuera del cuerpo de un hombre?
Que sería hijo de dios, omnipotente,
omnipresente y omnisapiente. Falso, absoluta y rotundamente falso.
El mito es inconsistente como omnipotente, pues se dejaría capturar
y colgar de un madero, lo que le daría la condición de maldito,
anatematizado, según el mismo Viejo Testamento, en el Deuteronomio,
artículo 21, versículos 22 y 23.
Es por igual inconsistente el mito en cuanto a
omnisapiente, pues sería el diablo, poseyendo en legiones a un pobre
hombre que vivía alimentándose de cadáveres en el cementerio de un
poblado cerca del lago de Tiberíades, quien le habría puesto en
conocimiento -óigase bien-, sería el ser imaginario llamado el
diablo quien le pondría en conocimiento a Jesús de que él, Jesús,
era el hijo de dios. Pero valga subrayar que si éste le dictó a
Moisés, que era analfabeto además de gago, el Deuteronomio y, por lo
tanto, el artículo 21 versículos 22 y 23 es su punto de vista, ese
dios sería tan ingrato que convirtió en maldito a su mismo hijo, que
era él a su vez, además del supuesto Espíritu Santo.
De sus virtudes y su pureza absoluta se encargó
el Evangelio de Mateo de desmentirlas poniendo en boca del mismo
dios-Jesús y luego cristo, o bien padre, hijo y espíritu santo,
aquellas expresiones que lo igualan con un lumpen de la más baja
ralea, al decir en el Art. 11 versículos 18 y 19: Vino Juan -se
supone que el Bautista- que no comía, no bebía ni veía mujeres, y le
decían endemoniado; vengo yo, que bebo vino, como una barrica según
dice San Jerónimo en su Vulgata, que como igual que un barril sin
fondo y que me rodeo de alegres mujeres, y me acusan de bebedor, de
comelón y mujeriego.
No cabe duda que el caso amerita pensarlo con
ecuanimidad y sin pasión.
Puro se dice que era, que no conoció mujeres.
Eso resulta inconsistente si se conoce el Evangelio de Tomás, o el
taoma, que significa el gemelo, lo que indica que en un caso
posiblemente real de uno de los tantos farsantes que se decían el
cristo, se habría podido tomar el caso de un gemelo. En dicho
Evangelio aparece María Salome diciendo a Jesús: ¿Y tú quién eres
que te acuestas en mi cama y comes de mi mesa? Así como recoge las
protestas de los demás apóstoles por la presencia de María Salomé,
protestas a las que habría apaciguado prometiéndoles que la
convertiría en hombre, al no dejarla quedar preñada.
Que era bondadoso, esa falsa virtud rueda por
los suelos con el caso donde quemara la higuera que, por estar fuera
de época, no le da los higos deseados.
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