Historia de la Evolución Biológica y
Sociológica del Hombre
Basada en el libro “Cómo el Hombre se Hizo Gigante” de Illin
y Segal
III
¿Cómo el Hombre pudo
abandonar su habitat original si sus parientes los chimpancés, por
ejemplo, no lo pudieron hacer?
La historia de la evolución biológica y
sociológica del hombre que estamos narrando a ustedes, titulada
“Cómo el Hombre se Hizo Gigante”, escrita por Illin en colaboración
con su esposa Elena Segal, describe, cómo y de qué manera ese
gigante que es el Hombre de hoy, que ha transforma el mundo de
acuerdo a su conveniencia y que en un tiempo no era un gigante sino
un enano, se ha convertido en el amo del mundo dejando de ser el
esclavo sometido y obediente a la Naturaleza que era.
El Hombre era tan débil frente a la naturaleza
y tenía tan poca libertad, dependía tanto para su subsistencia de su
habitat, es decir, del territorio donde se criaba, como cualquier
otro animal depende del monte, de la selva de los océanos o de los
bosques para sobrevivir. El Hombre se encontraba enjaulado dentro de
su habitat específico como los demás animales y plantas.
¿Cómo el Hombre pudo abandonar la selva su
habitat original si sus parientes los chimpancés, por ejemplo, no lo
pudieron hacer?
Esto es, precisamente, lo que vamos a contar
del libro de Illin.
“El Hombre de la selva no salió repentinamente
de su jaula. Tampoco salió porque un día tomara esa decisión.
Durante miles de años fue liberándose, poco a poco, de las cadenas
que lo ataban a la selva, hasta que llegó a ser bastante libre para
ir a las llanuras sin árboles, en busca de alimento.
Lo primero que hizo fue bajar de los árboles y
aprender a caminar por el suelo, cosa bastante difícil.
Ni siquiera hoy es fácil para el ser humano
aprender a caminar. Si visitamos un pre-escolar, veremos que tiene
salones especiales para las diferentes edades. Hay uno para los
niños pequeñitos que gatean, es decir, que van de un lado a otro
apoyándose en las rodillas y en las manos.
Tienen que pasar algunas semanas, quizás meses,
para que el gateador pueda andar en dos pies.
Caminar por el suelo, sin apoyarse en las manos
ni agarrarse de las paredes o las mesas que estén al alcance de uno,
es sumamente difícil, aunque no lo parezca. Es mucha más difícil que
aprender a montar en bicicleta.
Un niño necesita meses enteros para aprender a
caminar. No es mucho, si pensamos que nuestro antepasado necesitó
miles de años para hacerlo.
Es cierto que, cuando aún vivía en los árboles,
a veces bajaba por un rato. Tal vez no siempre apoyara las manos en
el suelo, sino que diera varios pasos con sus extremidades
posteriores, como lo hace el chimpancé.
Pero una cosa es dar dos o tres pasos y otra
muy diferente dar cincuenta o cientos. Para eso es necesario un gran
esfuerzo continuado.
Desde luego, nuestro antepasado podría haber
seguido usando las manos y los pies para andar, es decir, podría
haber seguido siendo un cuadrúpedo. Pero entonces no habría llegado
a convertirse en Hombre. No era para caminar para lo que necesitaba
las manos, sino para muchas otras cosas.
Cuando aún vivía en los árboles, nuestro
tatarabuelo había ya aprendido a usar las manos de modo distinto que
los pies. Con las manos cogía las frutas y las nueces. Con las manos
construía su casa en las ramas de los árboles. Esa mano, que ya
podía coger una fruta o una nuez, podía también agarrar una piedra o
un palo. Y la mano que sostiene un palo o una piedra es como si se
hubiera hecho más fuerte y más larga. Con una piedra se puede abrir
una nuez de cáscara dura que no se podía romper con los dientes. Con
un palo se pueden sacar del suelo raíces comestibles.
Así, poco o poco, nuestro antepasado empezó a
comer cosas que los pájaros, los ratones y los topos comían. AI
principio, buscaba esa comida sólo en tiempo de escasez, cuando los
monos habían acabado con las frutas y las nueces. Pero fue
acostumbrándose a esos nuevos alimentos y a bajar de los árboles a
buscarlos.
Escarbaba el suelo en busca de tubérculos y
raíces y las sacaba con ayuda de un palo. Con una piedra abría a
golpes los viejos troncos podridos y sacaba de su interior las
larvas de los insectos.
Si necesitaba las manos para trabajar, no podía
seguir usándolas para caminar. Cuanto más se ocuparan las manos en
el trabajo, tanto más debían ocuparse los pies en caminar. De ese
modo las manos pusieron a los pies a caminar y los pies dejaron a
las manos en libertad de trabajar. Y apareció en la Tierra una nueva
especie de criatura: un ser que caminaba con sus extremidades
traseras y trabajaba con las delanteras.
Esa criatura todavía parecía un animal. Pero ya
manejaba el palo y la piedra: se estaba convirtiendo en Hombre. El
Hombre sabe construir y manejar herramientas, cosa que los animales
no pueden hacer.
Cuando un topo o uno musaraña escarban el
suelo, nunca emplean un azadón, sino los patas. Un ratón no roe un
árbol con cuchillos, sino que sus propios dientes le sirven de
instrumento. El pájaro carpintero tampoco emplea un taladro para
hacer agujeros en la corteza de los árboles; utiliza su propio pico.
Pues bien, nuestro tatarabuelo no tenía pico
que le sirviera de taladro, ni patas que pudiera usar como azadones,
ni dientes afilados como cuchillos, pero tenía algo mejor: tenía un
par de manos. Con ellas podía hacer y recoger tantos dientes de
piedra y tantas garras de madera como quisiera.
Mientras el Hombre aprendía esas cosas el clima
de la Tierra iba cambiando poco a poco. Los hielos del Norte
avanzaban hacia el Sur. Se hacían más grandes los casquetes de nieve
de los montes. En el bosque las noches se hacían más largas y los
inviernos más fríos. Ya el clima no era tórrido sino templado.
En las montañas, en las faldas que daban al
Norte, en vez de las palmas siempre verdes, las magnolias y los
laureles, crecían los robles y los tilos que podían resistir el frío
dejando caer sus hojas en invierno.
Cado vez retrocedía más el límite de los
bosques tropicales. Y con los bosques, también sus pobladores se
iban al Sur. El mastodonte abuelo del elefante, desapareció,
perseguido por los hielos. El tigre de dientes de sable se veía cada
vez menos.
Donde antes había existido una intrincada
maraña de árboles, aparecían espacios descubiertos y llenos de luz,
en los cuales pastaban manadas de ciervos y rinocerontes. De los
monos, unos quedaron; otros desaparecieron. No era fácil adaptarse a
las nuevas condiciones. El alimento propio de los monos escaseaba
cada vez más. Había menos vides y resultaba difícil hallar higueras
y plátanos.
Tampoco era fácil viajar por los bosques de un
árbol a otro. A veces era necesario atravesar espacios descubiertos
para llegar a otro macizo de árboles. Caminar por el suelo costaba
gran esfuerzo. Y ahora se dificultaba más pues había que mantenerse
alerto contra las fieras que estaban al acecho.
Por eso nuestro antepasado no podía permanecer
quieto: el hambre lo hacía bajar de los árboles; cada vez más a
menudo, tenía que andar por el suelo en busca de alimento, de cosas
que en otro tiempo ningún mono se hubiera llevado a la boca.
Y, ¿qué significaba para cualquier animal
salvaje el abandonar su jaula invisible, a la que estaba
acostumbrado en su mundo de la selva?
Eso quería decir que debía faltar a todas las
regla del bosque y romper las cadenas invisibles que lo ataban a su
pequeño mundo, a su lugar en la naturaleza.
Bueno, ¿y qué pasó con nuestro antepasado?
Si no hubiera tenido tiempo de modificar sus
costumbres, habría tenido que irse al Sur con los otros monos.
Pero ya en ese tiempo era diferente de todos
los demás. Podía hallar alimento con ayuda de colmillos de piedra y
garras de madera. En caso de necesidad, hasta podía pasarse sin las
jugosas frutas del Sur, que escaseaban cada vez más en el bosque. Ya
había aprendido a caminar y a correr por el suelo y no le preocupaba
que los bosques se alejaran más y más. Si tropezaba con un enemigo,
tenía su palo y su piedra para defenderse. Y tenía su grupo. No
estaba solo. Toda la banda de “casi-hombres” se unía en la defensa.
Los violentos cambios que ocurrían en la
naturaleza, en lugar de hacer desaparecer a nuestro antepasado, o de
obligarlo a huir a medida que avanzaban los hielos, apresuraron su
transformación en ser humano”.
“Y, ¿qué fue de nuestros parientes, los monos?
Se fueron retirando con el bosque tropical y
siguieron siendo habitantes de la selva. No se habían desarrollado
como nuestros antepasados. No habían aprendido a usar instrumentos.
Los más inteligentes de ellos, como continuaban viviendo en el piso
alto del bosque, aprendieron a trepar mejor a los árboles, a
prenderse con más firmeza de sus ramas.
En vez de convertirse en hombres y aprender a
trabajar con las manos y a caminar con los pies, se volvieron más
monos todavía, se adaptaron aún más a la vida de los árboles.
Aprendieron a agarrarse de las ramas no sólo con las manos, sino
también con los pies, y a caminar apoyándose en las manos, como
caminan todavía los chimpancés. Eso mismo les impidió llegar a ser
seres humanos, porque los seres humanos necesitan las manos para
trabajar.
Fue otro la suerte de los monos menos ágiles.
Sólo pudieron salvarse los más grandes, los más fuertes. Y a los más
grandes y fuertes, precisamente, les resultaba difícil seguir
viviendo en los árboles. Tuvieron que bajar al suelo. Los gorilas,
por ejemplo, aún viven en el suelo, en el primer piso del bosque;
pero no se defienden de sus enemigos con piedras ni palos, sino con
los colmillos.
Un científico fue en cierta ocasión a Camerún,
en Africa, para ver como vivían los chimpancés en su pequeño mundo.
Atrapó diez de ellos y los instaló en un bosque próximo a su tienda.
Para que no se escaparan, les construyó una jaula invisible. Sólo
tuvo necesidad de dos herramientas: un hacha y una sierra. Sus
ayudantes cortaron muchos árboles alrededor del lugar donde pensaban
instalar a los monos, una especie de isla de árboles en medio de un
campo raso. En esa pequeña porción aislada del resto del bosque,
instaló a sus chimpancés.
Sus cálculos resultaron exactos. El chimpancé
es un animal selvático que no abandona el bosque por su propia
voluntad. No podría vivir en un lugar sin árboles; como tampoco
podría el oso blanco vivir en un desierto caliente.
Pero si un chimpancé no puede abandonar la
selva, ¿cómo pudo hacerlo su pariente, el Hombre?”
Historia de la Evolución Biológica... 4
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