Historia de la Evolución Biológica y
Sociológica del Hombre
Basada en el libro “Cómo el Hombre se Hizo Gigante” de Illin
y Segal
IV
¿Cómo pudo el Hombre
abandonar su habitad si su pariente el mono no lo pudo hacer?
Lyell, antropólogo francés con su famoso libro
titulado “Pruebas Geológicas de la Antigüedad del Hombre” hizo
callar a los que combatían a Boucher de Perthes, sabio que tenía en
su casa una gran colección de objetos que habían sido encontrados en
la ribera del río francés Somme y por medio de los cuales se dio
cuenta de que el único que podía haberlos hecho era el Hombre.
Ciertamente esas piedras no eran restos del hombre primitivo, pero
si sus huellas, las huellas de su trabajo, en esas piedras había
trabajado la mano del Hombre. Boucher escribió un libro sobre su
descubrimiento, y le dio un atrevido título: “De la Creación.
Tratado Sobre el Origen y la Evolución de los Seres Vivos”.
Arqueólogos famosos de la época se dedicaron a
probar que ese provinciano aficionado a las antigüedades nada sabía
de ciencias, y pedían que su libro fuera prohibido porque no estaba
de acuerdo con las enseñanzas de la iglesia cristiana acerca de la
creación. La controversia duró quince años, hasta que por fin se
impuso la verdad mantenida por el sabio cuando apareció el
mencionado libro de Lyell, que hizo callar a los que combatían a
Boucher de Perthes y comenzaron a decir que en verdad Boucher de
Perthes no había descubierto nada nuevo, que ya antes habían sido
encontrados los instrumentos del hombre primitivo.
Lyell, en respuesta, dijo con ingenio: “Cada
vez que la ciencia descubre algo importante, lo primero que hace la
gente es negarlo porque contradice a la religión; después declaro
que aquello era sabido ya por todo el mundo desde hacia mucho
tiempo”.
Posteriormente se han encontrado muchos otros
instrumentos hechos de piedra en épocas remotas.
La pala del trabajador de hoy tropieza, bajo
tierra, con los instrumentos de aquellos tiempos en que el hombre
empezaba a trabajar.
Esa era una ocupación verdaderamente humana. Un
animal puede buscar alimento o material para construir su nido; pero
nunca buscará material para fabricar garras y colmillos
artificiales.
Sobre cómo trabaja el Hombre es lo que nos
explican Illyn y Segal los autores del libro Cómo el Hombre se Hizo
Gigante” en la narración que les ofrecemos a ustedes a continuación.
“Todos hemos oído hablar o hemos leído algo
acerca del trabajo de los animales: de animales que son
constructores, albañiles, carpinteros, tejedores y hasta sastres.
Sabemos, por ejemplo, que los castores derriban árboles con sus
fuertes y agudos dientes delanteros, los incisivos, como si fueran
leñadores: que construyen verdaderos diques con troncos y ramas de
árboles para que en alguna parte del río se detenga el agua como en
una presa.
¡Y las hormigas! No hay más que hurgar con un
palo en un hormiguero, para ver que se han construido una verdadera
ciudad subterránea, con edificios de varios pisos.
Siendo así, podríamos preguntarnos: ¿No será
posible que alguna vez las hormigas o los castores logren competir
con el Hombre si este no les destruye sus construcciones? Y, ¿no
podrá ser que, digamos, dentro de un millón de años lean las
hormigas periódicos para hormigas y trabajen en fábricas de
hormigas, vuelen a la Luna en cohetes para hormigas, oigan a otras
hormigas decir discursos por la radio y vean comedias para hormigas
por la televisión?
No, eso no sucederá ni dentro de diez millones
de años; porque existe una diferencia muy importante entre el hombre
y las hormigas.
¿Cuál es esa diferencia?
¿Consiste quizás en que el hombre es más grande
que la hormiga? ¡No! ¿Es acaso porque las hormigas caminan con seis
patitas y el hombre sólo con dos pies? ¡No! Esa no es la diferencia
a la que nos referimos.
¿Cómo trabaja el Hombre? No lo hace sin
instrumentos, si no con un hacha, con una palo, con un martillo. Y
por más que busquemos en un hormiguero, jamás encontraremos ni un
hacha ni un palo. Cuando una hormiga tiene que cortar algo emplea
unas tijeras vivientes que lleva en su propia cabeza. Cuando quiere
cavar un canal, usa cuatro palas vivas que ya trae preparadas,
cuatro de sus seis patas. Cava la tierra con las dos delanteras, la
echa a un lado con sus dos patas traseras, y las dos situadas en
medio le sirven para apoyarse.
Hasta tiene depósitos vivos en su despensa.
Existe una clase de hormigas que tiene sótanos llenos de barriles
vivos. Bajo tierra en sus pequeños sótanos oscuros, cuelgan sus
toneles en hileras. Allí están apretados, sin moverse. Todos son
iguales. Pero he aquí que una hormiga entra en el sótano y se acerca
a un barrilito, le da unos suaves golpes con sus antenas y el
pequeño barril comienzo o moverse.
Resulta que el barril tiene cabeza, cuerpo y
patas. Ese tonelito es, en realidad, el hinchado vientrecito de un
pulgón, que trajo la hormiga y que puso allí, colgando del techo.
Por los dos tubitos que tiene el pulgón en la parte posterior del
vientre, echó unas gotitas de miel. La hormiga obrera que ha ido al
sótano a refrescarse lame la miel y regresa a su trabajo. El
pulgoncito barril se adormece de nuevo y queda quieto entre los
demás barrilitos vivientes.
Ese es el equipo “vivo” de las hormigas. Sus
instrumentos y utensilios no son fabricados como los de los seres
humanos. Son instrumentos y utensilios naturales.
Los instrumentos del castor son vivos también.
No corta los árboles con un hacha, sino con sus dientes. Es decir,
ni la hormiga ni el castor fabrican sus propios instrumentos: nacen
con un equipo completo.
A primera vista, el nacer con instrumentos
listos para el trabajo, podría parecer una ventaja; pero si se
piensa un poco, se comprenderá que eso no es, en definitiva, tan
bueno. No se puede reparar ni se puede perfeccionar un instrumento
viviente.
El castor no puede llevar sus incisivos a un
taller mecánico para que le afilen los que se le han vuelto romos
con la edad. Y la hormiga no puede comprar en una tienda una patita
nueva para cavar la tierra mejor y con más rapidez.
Por el contrario, supongamos que un hombre
tuviera instrumentos vivientes, como los demás animales. En lugar de
instrumentos hechos de madera, de hierro y de acero. No podría hacer
nuevos instrumentos ni reparar los que estuviesen desgastados por el
uso. Para cavar tendría que nacer con las manos en forma de palas.
Es una suposición disparatada, claro; pero
vamos a suponer que existiera semejante monstruo. Sin duda sería un
exce1ente cavador, aunque no podría enseñarle su habilidad a nadie,
como tampoco puede una persona que tenga una vista muy buena pasarla
a otra persona.
Tendría que llevar consigo a toda hora su
pala-mano, que le serviría para hacer una sola clase de trabajo. Y
cuando muriera, su pala-mano moriría con él.
Del único modo que este cavador nato podría
dejar su pala a los demos seria por herencia, si algunos de sus
hijos o nietos heredaran de él su pala-mano, como se hereda el color
de la piel o la forma de la nariz.
Y esto no es lo peor. Los instrumentos
vivientes se conservan y se transmiten por herencia, únicamente
cuando son útiles al animal y no cuando le perjudican. Si la gente
viviera bajo tierra, como los topos, seguramente le seria útil la
pala-mono. Pero para una criatura que vive sobre la tierra, resulta
un lujo semejante garra.
Se requieren muchas condiciones para crear un
nuevo instrumento, siempre que sea viviente, natural, y no uno
fabricado. Por suerte para nosotros, el Hombre no esperó a que le
nacieran palas en lugar de manos. Hizo una. Y no só1o una pala; hizo
también un cuchillo, y un hacha, y muchísimos otros instrumentos.
A los veinte dedos y a los treinta y dos
dientes que recibió de sus antepasados, el Hombre añadió miles de
dedos, colmillos, garras y puños, de todas clases y formas: largos y
cortos, gruesos y delgados, agudos y romos: punzones, serruchos,
martillos. Eso le dio tanta ventaja en su lucha con los otros
animales que fue imposible que estos lo alcanzaran.
Cuando desaparecieron los árboles los arbustos
y 1as hierbas, durante la edad de hielo, los animales que se habían
a1imentodo de ellos y que encontraban refugio bajo sus ramas
protectoras, quedaron sin a1imento y sin amparo. Estos animales, a
su vez, arrastraron en su desgracia a otros animales: a los que se
alimentaban de su carne; porque al desaparecer los animales
herbívoros, los carnívoros, que vivían de ellos, se vieron privados
también de su alimento.
Unidos entre si por la “cadena de alimentos”,
los animales y las plantas perecieron juntos cuando desaparecieron
sus bosques.
Para sobrevivir era preciso romper la cadena.
Empezar a comer otra clase de alimentos, lograr otras garras y otros
dientes, dejarse crecer lana para protegerse del frío.
Pero sobemos cuan difícil es que un anima1 se
transforme. Para ello es menester que realicen el cambio dos
artífices: la herencia y la variación. Y estos dos artífices
trabajan con gran lentitud.
Era duro para los animales del Sur vivir en un
bosque del norte, que traía a sus peludos habitantes: el rinoceronte
velludo, el mamut, el león, y el oso de las cavernas. Estos animales
se sentían muy a gusto en el bosque del Norte. Tenían abrigos de
pieles, gruesos y calientes. El frío, insoportable para el elefante,
para el rinoceronte pelón y para el toro salvaje, era perfectamente
soportable para el mamut y para el rinoceronte peludo. Por otra
parte, algunos de esos animales septentrionales sabían también
protegerse del frío ocultándose en cuevas. Y además, no se les
dificultaba hallar comida en aquellos bosques, porque eran sus
bosques, su mundo.
Los antiguos habitantes de las selvas del Sur
tenían que luchar ahora contra los nuevos vecinos, tan fuertes. ¿Es
de extrañar que sobrevivieran pocos de aquellos? Y el Hombre ¿qué
fue de él?”
Historia de la Evolución Biológica... 5
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